Un debut prometedor; un film sobre trabajadores dóciles bajo condiciones laborales inaceptables
Como el término “progresista” está bajo sospecha, no está mal pensar en el significado de su lógica oposición. El vocablo “reaccionario” alude a una visión inmóvil de los hombres y sus tareas en un orden que conviene mantener y con suerte mejorar, aunque sin alterar la misma estructura del edificio social que lo garantiza. La circularidad narrativa de El invierno, la historia que cuenta y la elección de esa estación como nombre del film sugiere un orden del mundo congelado, igual e inalterable. El microcosmos social representado luce perpetuo. Fue, es y será así.
Una película sobre lo reaccionario no necesariamente es una película reaccionaria; la meticulosa construcción piramidal de un mundo como el de los esquiladores de la Patagonia, que agrupa al trabajador nómade, al capataz, al encargado general y a los verdaderos dueños del negocio para representar el drama de los hombres atravesados por la soledad y el poder, indica una consciencia firme de quien ha decidido filmar un contexto.
El trabajo en el filme de Emiliano Torres se siente físicamente, al igual que la desconfianza (de clase) entre los involucrados y la omnipresencia de un paisaje que en su blancura hegemónica convierte a las figuras humanas en siluetas insignificantes. Las panorámicas no son ecológicamente decorativas; más bien enseñan la relación entre un ecosistema y un sistema económico. La Patagonia dista de ser una tierra para visitantes y exploradores; es el confín del confín y también la extensión interminable de un territorio con sus añejos propietarios, herederos incuestionables y dispuestos ahora a ceder sus tierras al capital extranjero.
Hay una historia, la de un hombre llegado del norte del país llamado Jara que viene a trabajar a una estancia del sur y que por su carácter y concentración sustituirá al viejo capataz; la rivalidad entre ellos será inevitable, pero Torres le encontrará la vuelta para que esos hombres entiendan que ellos son marionetas de sus superiores. Sobre esa historia hay desvíos pertinentes: apuntes sobre la familia de los hombres que trabajan y observaciones sociológicas sobre la lógica laboral de la región. Los personajes tienen una vida, no son conceptos de una tesis por ilustrar.
El debut tardío de Torres es bienvenido, pues El invierno es un film que permite creer en un cineasta con una visión. La película transmite una laboriosa atención a los detalles. En efecto, el trabajo de los personajes duplica el trabajo del director y su equipo. ¿No es la pequeña madera que talla Jara para darle a su hijo un juguete una cierta duplicación de la forma en la que el director pacientemente constituye este mundo? Pero El invierno no es juego, ni las criaturas que lo habitan conocen el juego; los hombres apenas conocen una pausa o descanso frente a esa repetición indefinida que configura sus vidas. La vida en la Patagonia puede ser una esfera irrespirable y sin fisuras. Eterno retorno de lo mismo, nada puede cambiar en esos parajes.