Cuando en 2016 salió Silence, su película anterior, Martin Scorsese hizo una apuesta que en retrospectiva le salió muy mal. Alejado de su zona de confort temática, presentó una historia totalmente ajena a lo que se lo asocia generalmente como su sello distintivo: mafiosos inescrupulosos, ciudades empapadas en caos y corrupción y sobre todo, mucha violencia. Esto dio como resultado un moderado éxito de crítica y un fracaso rotundo en la taquilla, además de probablemente ser una de sus obras más olvidables en lo que va del siglo XXI. Por eso, desde que se había anunciado que Scorsese volvería a sus raíces de la mano de Netflix con su nueva película The Irishman, todos los ojos estaban puestos en el director que recientemente cumplió 77 años, pero que ha demostrado que puede mantenerse fresco y actual sin traicionar aquello que lo hizo tan grande.
El hecho de que Scorsese regresara a las bases de su filmografía no era, sin embargo, el único factor que provocaba grandes expectativas. La compañía de Robert De Niro, Al Pacino y Joe Pesci en los papeles protagónicos generó entusiasmo, a la vez que cierta incertidumbre. Estos tres legendarios actores nunca habían estado juntos bajo la dirección de Scorsese y hace años que Pesci está casi retirado, haciendo excepciones para viejos amigos como Marty, quien lo hizo lucirse en sus mejores papeles, por lo que se podía llegar a dudar de lo que llegara a resultar. Por último, estaba la duración. Mucho tiempo antes de su estreno se dio a conocer que The Irishman duraría la increíble cantidad de 210 minutos (tres horas y media), haciéndola la más extensa de la carrera del cineasta, a la vez que poco viable para el estreno en salas comerciales. Es por eso que previo a su estreno en Netflix a fines de Noviembre, se proyectó en diversos festivales y en unas pocas salas seleccionadas por la empresa, para que esta obra maestra moderna se pueda disfrutar en el cine, como debería ser.