La experiencia en pantalla grande es extraordinaria, está a la altura de los momentos más espectaculares de Scorsese y cada plano está saturado de detalles.
Como el lector sabe, este film estará la semana que viene –el 27, para ser exactos– disponible en Netflix. Pero tendrá una semana en salas; en la Argentina sólo 56 y en CABA –con datos que tenemos al cierre de esta página– solo en una, en Devoto. Por eso vamos a dedicarle dos textos: uno hoy y otro, la semana que viene.
El de hoy les asegura que ver tres horas y media de esta película es una fiesta que no aburre jamás, y a la hora de elegir qué ver no deja de ser importante dada la longitud. También hoy les decimos que la experiencia en pantalla grande es extraordinaria, que está a la altura de los momentos más espectaculares de Scorsese y cada plano está saturado de detalles. Pero lo más extraño de esta articulación entre el mundo brutal y tradicional de las mafias, los sindicatos y la política es un sentimiento de resignación.
“Es lo que es”, parecen decir todos los personajes y el cuento del matón que, de casualidad, ingresa al universo del verdadero poder y permanece testigo único –y ejecutor– de su especie de justicia salvaje, es también una especie de canto a la tranquilidad del paso del tiempo. La muerte, para casi todos los personajes, es sólo cuestión de tiempo, al punto de que el espectador –y esto no es un demérito, créase o no– no termina de conmoverse por ninguna. El núcleo es el personaje de Joe Pesci, el sosegado, estoico dueño del poder, una criatura sin euforia hecha de cine puro.