Cine crepuscular.
Dentro del marco del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, la enorme sala llena del Auditórium pudo disfrutar de la función de clausura con la proyección del último film del legendario Martin Scorsese. Un disfrute que no muchos podrán tener ya que tan solo un puñado de salas contará con funciones antes de que el film esté al alcance de todos por medio del servicio de streaming de Netflix, algo que entra en un juego paradójico ya que si bien El Irlandés es una producción de la ene roja, al mismo tiempo es un film de tal grandeza narrativa que abraza el estilo y el espíritu de un cine clásico prácticamente desaparecido. Se trata del opus final de la trilogía temática que incluye a Buenos Muchachos y Casino, un film que, de manera reflexiva, nos acerca a la mirada del ayer de su director y la realidad de su presente.
Situada a lo largo de tres décadas y contada a través de tres horas y media, la historia basada en la novela Oí que pintas casas, se centra ágilmente en el armado de posguerra de la política y la mafia en Estados Unidos, siendo los personajes quienes funcionan como hilos de unión para esa duradera amistad y rivalidad entre el poder político y el criminal. Y es que la amistad es un término clave para describir a esta historia. El trío protagónico tiene como eje principal a la figura de Frank Sheeran (Robert De Niro) y la leal amistad que este veterano de la Segunda Guerra, luego devenido en camionero y asesino, termina formando con el mafioso Russell Bufalino (Joe Pesci) y el conocido y desaparecido sindicalista camionero Jimmy Hoffa (Al Pacino).
Así como el film realiza una extensa descripción de la amistad que une y divide a estos personajes, se sirve al mismo tiempo del detallado y característico lenguaje audiovisual de Scorsese para realizar una metalectura de su cine y de la amistad del director con De Niro y Pesci, la cual hasta este punto trasciende la pantalla. Es así como, en la forma de una épica crepuscular, el director dialoga acerca de la amistad, la vejez y el tiempo, convirtiéndolos en elementos temáticos y narrativos del film, pero también utilizándolos como reflejos personales. Scorsese, personalidad elemental en la concepción del cine como lo conocemos, se toma todo el tiempo necesario para construir un relato contado de manera clásica, que en su mayor parte es ágil y disfrutable, para reflexionar sobre el cambio de los tiempos, de la evolución del arte que lo vio crecer y envejecer en la pantalla.
Es cierto que en su aspecto de puesta en escena, el film es por momentos algo desparejo, recordando en ocasiones el medio para el que fue realizado, pero también cuenta con el aspecto refinado de su director, quien sabe contar como los mejores. Esto le brinda una identidad algo cambiante a la propuesta, remarcando con más énfasis las diferencias que separan y unen al cine más clásico del moderno. Con el relato que tiene en manos, Scorsese se permite continuar hablando del arte que lo apasiona y volver a un tipo de cine que, al que contando con algunas excepciones, ya no se puede volver. Allí es donde reside la importancia del protagonista y narrador de esta historia. Frank es un hombre que se ve ligado a grandes cambios, personales y profesionales y a una serie de toma de decisiones de las cuales no podrá volver atrás….ni querrá.
Este hombre que en tiempos de guerra hacía que sus enemigos caven sus propias tumbas, no tiene reparo en “pintar casas”, eufemismo para describir el asesinato de sus objetivos. El acto criminal en sí mismo se ve presentado como la actividad en común que iguala a Frank con el hombre que respeta y admira, su amigo y mentor Russell. Ambos sujetos se conocen cuando Russell le soluciona un problema mecánico de la cadena de tiempo, algo que estaba roto y que al solucionarse iniciará su propia cadena de eventos, de cambios a través del tiempo.
Con estilismos de sobra, siendo el director consciente de su edad y la de sus actores, el espectador es testigo de los distintos aspectos físicos de los personajes gracias a los efectos visuales presentes para rejuvenecer o envejecer más al trío protagónico. Estos efectos digitales, complementados con el uso estético de Scorsese, son otras de las herramientas de las que se sirve el director para abordar la importancia del tiempo. Los cambios sociopolíticos que brindan contexto histórico son hacedores y resultados de los distintos conflictos que ponen a la política y la mafia en la misma equilibrada balanza. Es así como entra en escena, en el triángulo de amistad, Jimmy Hoffa. El sindicalista camionero se ve enlazado en ambos mundos de poder con el fin de lograr un cambio, aunque sea por medio de actos criminales que lo terminarán privando de su libertad y finalmente de su vida.
La interpretación de Al Pacino como Hoffa es uno de los elementos más fuertes del film, construyendo su personaje a través de sus ideales, el poder de la oratoria y la incapacidad de dar el brazo a torcer. Estos aspectos son utilizados tanto en el carácter dramático como en el cómico, logrando que el personaje sea la fuerza imparable que suponía para sus aliados/enemigos; una energía actoral a la que el film acude cuando pareciera que corre el riesgo de perder su poderío debido a la larga duración —el personaje de Pacino realmente se roba el film, si bien De Niro y Pesci ofrecen interpretaciones sobresalientes.
La historia es narrada por un anciano Frank que se encuentra en un geriátrico, al que el film vuelve en más de una ocasión para dar cuenta del poder del paso del tiempo y la caducidad de los días. La imagen frágil y vulnerable juega un importante contraste con las distintas acciones y la violencia que lleva a cabo en su historia de vida. Y si bien en principio el espectador desconoce a quién le está contando los hechos, paulatinamente se caerá en la cuenta de que la historia es únicamente para el público. El mismo que, al igual que Peggy (Anna Paquin), lo observa en cada momento de su vida, siendo testigo de la persona que es y juzgando sus acciones. La soledad y la ausencia de arrepentimiento son las únicas compañías de un avejentado Frank, que ve la vida pasar en su silla de ruedas, así como el público ve pasar la vida del protagonista desde su asiento.
Con El Irlandés, Martin Scorsese y su guionista Steven Zaillian escriben una carta de despedida a una época del cine, a un tipo de cine, recordándolo con añoranza y a la vez siendo conscientes de la evolución del mismo. De alguna manera, al igual que Frank, Scorsese no se arrepiente de lo logrado en aquellos tiempos. Así, logra crear la cumbre final de una época, relacionándola con el cine de sus pares (como por ejemplo el de Francis Ford Coppola) y le da forma al ocaso de ese cine con una intensa master class de un director que se observa a sí mismo y también a nosotros, su público. El personaje de Frank, al igual que lo hacía con los soldados enemigos, cava su propia tumba cuando escoge el ataúd y la cripta para su reposo eterno. Ser enterrado o cremado no es una opción, ya que eso sería definitivo y el ser humano desconoce que hay después de la muerte. De alguna manera, Scorsese deja en claro con su nueva obra que las distintas miradas y los tipos de cine tampoco son definitivos. Todo cambia y nada se puede dar por sentado. Es mejor dejar la puerta entreabierta. Frank lo hace. Scorsese también.