No hay muchos cineastas por los cuales los cinéfilos estén dispuestos a hacer fila a las 6 de la mañana para una función de una película que es recién a las 9. No hay muchos cineastas por los cuales los capitalinos estén dispuestos a hacer un viaje de una hora y media a provincia para ver su película en el cine. No hay muchos cineastas por los cuales el público esté dispuesto, feliz incluso, de achatar sus posaderas en una butaca por tres horas y media. No hay muchos cineastas que tengan cabida en este mundo de propiedades intelectuales reutilizadas hasta la saciedad. En esas circunstancias, que El Irlandés exista es un milagro, y que los cinéfilos alteren sus rutinas para ver una película de Martin Scorsese en el cine es una conmovedora movilización de la cual los capitanes de la industria deben tomar nota.
Sin embargo esta movilización podría ser una simple anécdota, y nos volvemos a sorprender ya que aparte de todo esto, con perdón de lo categóricas que puedan sonar estas palabras, El Irlandés es una gran película que ratifica –cómo si hiciera falta– el genio de Martin Scorsese.
Escuché que pintás casas
Primero y principal esta crítica desea darle paz de mente al lector con un detalle: las tres horas y media que dura El Irlandés pasan volando. La paciencia del espectador no es desafiada jamás, ya que desde el primer encuadre Scorsese nos tiene bajo su hechizo cual Flautista de Hamelín.
El formato narrativo, como sus otras épicas Buenos Muchachos o Casino, es un anecdotario a cargo del camionero devenido sicario Frank Sheeran. Incluye su participación en la Segunda Guerra Mundial pero principalmente los años en que, por órdenes de la mafia, fue guardaespaldas del sindicalista Jimmy Hoffa, desaparecido y declarado legalmente muerto. Considerando que los años con Hoffa ocupan una buena parte del bulto mayor de El Irlandés, podemos decir que es una versión aggiornada del film que Danny DeVito realizó en 1992 con guión de David Mamet.
El guion de Steven Zaillian cala mucho más profundo, no solo en el desarrollo de sus personajes sino en el modo que presenta la historia. Zaillian le busca la vuelta insertando una línea narrativa dentro de otra como si fuera una mamushka.
Tenés a Frank viejo contándote la historia desde el presente como un marco narrativo, pero dentro de este hay otro que transcurre durante un peculiar viaje en auto en 1975. Esta dicotomía tiene una clara intención: Frank viejo no le va a decir nada al espectador que no quiera que él sepa, pero, y en concordancia al tema de enfrentar las consecuencias tarde o temprano que propone la película, la misma narrativa traiciona a Frank y nos revela los detalles de lo que (como el film lo entiende) le ocurrió a Jimmy Hoffa.
Sobra decir que los estallidos de violencia aparecen desde el vamos, y la naturalidad con que esta hermandad lo acepta está a la orden del día, razón por la cual no faltarán las palabras soeces y los breves momentos de comedia.
Esta narración tremendamente compleja, con este extenso metraje, consigue ser llevadera por el dinámico trabajo de cámara de Rodrigo Prieto y el afilado, fluido e invisible montaje de la siempre genial Thelma Schoonmaker.
En materia actoral, los tres protagonistas entregan conmovedoras interpretaciones, no pocas veces haciendo algo mayor a levantar una ceja. Robert De Niro atraviesa todos los registros y tiene una capacidad que sobrevive a cualquier soporte: prostético o digital. Joe Pesci, volviendo del retiro, entrega una digna interpretación como un capo de la mafia.
Igualmente, si hay una actuación que destaca por encima de la media, y por un escaso margen respecto de sus compañeros de elenco, es Al Pacino en su rol de Hoffa. La calma, la simpatía, la furia, la lástima, están todas ahí, expulsadas como por un volcán.