Un cruento asesinato es el disparador de la intriga principal de esta película, basada en una novela de Julio Pirrera Quiroga que pone el foco en la corrupción en el mundo de la política argentina. Son muchos, y muy variados, los personajes involucrados en un negocio siniestro que requiere para funcionar complicidades, ambición desmedida y sobre todo mucha violencia.
El film trabaja constantemente con el tiempo, viajando al pasado cuando es necesario para aceitar la narración, y no ahorra truculencias cuando busca el impacto. Su fortaleza principal son las actuaciones, particularmente las de Leonor Manso, una actriz solvente y experimentada capaz de componer con muchos matices a una astuta jefa de Inteligencia del Estado, y la de Luciano Cáceres, en un rol exigente (un legislador con estrechos lazos con el delito) que requiere trabajar a fondo la indolencia y la ambigüedad.
Menos convincentes son algunos secundarios, atados por un guion que los ciñe al estereotipo. Cuando avanza empujada por la lógica del policial y se permite, como añadido que airea, coquetear con el humor negro (una veta que revela la influencia del cine de Quentin Tarantino y epígonos del director de Tiempos violentos, como el británico Guy Ritchie), la historia es más atractiva que en los numerosos pasajes en los que subraya las miserias de "las altas esferas del poder", su costado más prescriptivo, generalista y solemne.