Afinando el oído “El jazz es como las bananas, debe consumirse en el lugar en donde se produce” dijo el filósofo Jean Paul Sartre cuando este tipo de música comenzaba a explotar en miles de lugares especializados en el género alrededor del mundo, y pese a la proliferación de la frase y el análisis, que en el primer momento chocó en la industria, muchos otros pensadores no sólo alzaron su voz, sino que además, albergaron a músicos y creadores generando espacios de resistencia que funcionaban como el lugar de resonancia ideal para que el jazz se expandiera y construyera su propio camino. Una figura destacó localmente, Jorge “Negro” González, quien inauguró en el Buenos Aires de principios de los años setenta Jazz y Pop, emblemático espacio habitado por músicos de la escena nacional y que El Jazz es como las bananas (2017), de Salvador Savarese y Cristina Marrón Mantiñan, dará cuenta desandando la historia para hablar de una época pasada que intenta regresar cada noche en una nueva etapa del reducto. A través del testimonio de los protagonistas de ese entonces, el archivo, la búsqueda de la palabra actual y de nuevas generaciones que reconocen en González el embrión del jazz como espacio de creatividad y resistencia, se va reconstruyendo su imagen a pocos años de su fallecimiento, destacando también su ausencia como faro y guía. Igualmente, y gracias a la inmortalización que una película puede hacer, González se hace presente desde el recuerdo, y también desde un presente, en donde se pudo dar el gusto y el lujo de reabrir Jazz y Pop en un contexto completamente diferente al de entonces, pero con la misma convicción de fortalecer el género y darle espacio a los más jóvenes para que puedan mostrar su trabajo. Una cuidada selección de entrevistados, en los que no sólo se dan testimonio las figuras que en los años 70 comenzaron su carrera, sino también El Jazz es como las bananas da cuenta de la nueva escena musical local, que no vislumbra sólo el bronce, sino que comienza a desandar otro camino. Si bien se va configurando un corpus homogéneo sobre el jazz y la figura del emblemático González, tal vez el documental se resiente cuando quiere dar cuenta de algo que es imposible hacerlo sólo con la palabra, porque la música se transmite con emoción, no sólo verbalizando, y cuando las entrevistas se multiplican, pero no hay una razón más que la colección, allí hay una falla. Así y todo El Jazz es como las bananas logra reunir a los máximos exponentes de antes y los actuales del género para hablar también de cómo esa frase que disparó la revolución del jazz, aún hoy en día continua haciendo ruido en los músicos y en los dueños de los locales especializados. Correcto ejercicio documental, con un notable trabajo de producción que recorre de manera completa los exponentes del género, y que en la emoción del recuerdo de González, al cumplirse un aniversario más de su nacimiento, o en la notable decisión de registrar la puerta de Jazz y Pop de día, con la gente que pasa por el frente siguiendo sus rutinas y desconociendo que detrás de esa fachada se esconde la historia del jazz, se dice mucho más que en cada una de las palabras de los entrevistados.
Entre el homenaje y la nostalgia este documental se interna con conocimiento y sensibilidad en el ámbito del jazz porteño y más específicamente en la escena que giraba en torno a Jorge el "negro" González, uno de los creadores de Jazz &Pop o el boliche como lo llamaban sus habitués. Con los testimonios de figuras fundamentales del jazz local como Jorge Navarro, el propio González, Mauricio Percan y de la música en general como Litto Nebbia y Chico Novarro, el film fluye cuando se concentra en el recorrido por la historia de los locales de jazz en Buenos Aires y al focalizar en el legendario espacio de González. El exceso de testimonios algo repetitivos le juega en contra.
La opera prima de Cristina Marron Mantiñan y Salvador Savarese, que recrean a partir de la historia de una famosa “cueva de jazz” toda la añoranza de una Buenos Aires que agitaba sus noches con ese ritmo, mucho antes de la aparición del rock. Pero también la filosofía, lugar de encuentro, y noches inolvidables de un reducto llamado “Jazz y Pop” que proponía la música como prioridad y el encuentro de músicos de distintas corrientes y visitas internacionales. Un lugar que nació con un crimen y que permanece único en el recuerdo. Con los valiosos testimonios de Jorge “Negro” Gonzáles, Jorge Navarro, Mauricio Percán, Chico Novarro, Litto Nebbia, Emilio del Guercio, Eduardo Stupía, Nestos Astarita, Hermeto Pascoal y muchos mas para reconstruir un espíritu indomable, Un tiempo de zapadas increíbles, talento y enorme problemas sociales.
El relato armado como una jam session Tomando como punto de partida una frase atribuida al filósofo francés Jean Paul Sartre, según la cual el jazz sería comparable a las bananas porque se lo debe consumir en el mismo lugar en el que se produce, el documental El jazz es como las bananas representa un retrato con un doble eje narrativo. Porque si por un lado pretende trazar un recorrido por la escena jazzera porteña desde fines de los años ‘50 hasta la actualidad, por el otro busca convertirse en una elegía en honor del contrabajista Jorge “El Negro” González, uno de los personajes más activos de dicha escena y fundador a fines de los ‘70 junto a Néstor Astarita y Gustavo Alessio del mítico “antro” jazzero Jazz&Pop. Si la película funciona mejor como lo segundo que como lo primero es sobre todo porque sus 61 minutos resultan insuficientes para plasmar la extensa y rica historia de dicho género en la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo ese mismo sintético recorrido resulta oportuno para poner en contexto el rol que el homenajeado jugó dentro de esa cronología. De ese modo la primera mitad de la película se dedica a acumular datos y testimonios que permiten realizar un recorrido entre mítico e histórico por lo que representó el ambiente del jazz en aquella Buenos Aires, que por entonces alardeaba de ser una ciudad que nunca dormía. El jazz, que se tocaba con fervor en cientos de pubs que se amontonaban en las callecitas del centro, tenía un rol protagónico entre las causas de ese insomnio. Es en ese contexto que durante la dictadura Alessio, Astarita y González fundaron Jazz&Pop, local que estaba llamado a convertirse en el centro de una movida que incluía también a los miembros más prominentes del rock nacional, de Litto Nebbia a Luis Alberto Spinetta, pasando por Pedro Aznar, Emilio del Guercio y otros. A pesar de que González va convirtiéndose de a poco en eje del relato, la película no elude mencionar cierta polémica en el cierre de aquel espacio, que también significó el final de la sociedad entre sus fundadores. Como en una composición musical (o una jam session), El jazz es como las bananas va ganando en intensidad cinematográfica a medida que avanza. Así, en sus primeros momentos la profusión de cabezas parlantes y el uso de montajes fotográficos animados resultan un poco esquemáticos, a pesar de la riqueza de la información que aportan. Pero una serie de travellings y planos actuales de Buenos Aires, montados como si se tratara de un crescendo en el que de a poco se suman nuevas notas y tonos, comienzan a pintar un cuadro que excede la oralidad del relato. Resulta muy ilustrativa una secuencia en la que diferentes voces opinan sobre el tema de la improvisación, técnica que representa el alma del jazz, mientras los directores improvisan un breve clip con distintos paneos sobre los techos de la ciudad. Sobre el final el fallecimiento de González y el cierre definitivo de Jazz &Pop, ambos ocurridos en 2013, terminan de aportarle al epílogo un oportuno tono emotivo.
El título de este singular documental es utilizado con suma inteligencia por los realizadores Cristina Marrón Mantiñan y Salvador Savarese para establecer un conflicto relacionado a los hábitos de consumo de la música de jazz, pero también para reforzar un concepto o modo de entender al jazz en todos los órdenes de la vida tal como pregonaba, desde su acción y ejemplo, Jorge “Negro” González, contrabajista y hacedor de lo que fuera considerado por músicos y público afín como el refugio del jazz vernáculo en la ciudad de Buenos Aires durante décadas. Jazz & Pop tuvo en la mística de González la enorme ventaja de nuclear músicos que hacían del arte de la improvisación su mejor arma de resistencia estética en tiempos de dictadura, pero cuyos orígenes se remontan a la época de oro cuando en la calle Corrientes pululaban bares o clubes donde el jazz se escuchaba de manera constante -al igual que el tango- y como explica uno de los tantos entrevistados a cámara se daba la paradoja que sobraban músicos y trabajo en aquellos años donde aparecieron grandes agrupaciones. Luego de los ’50 y los ’60 cambiaron bastante las cosas en el país y de a poco el jazz vernáculo solamente fue privilegio de aquellos que lo encontraban al alcance de la mano en su santuario Jazz & Pop, donde pasaron todos los grandes de Argentina y también de afuera como el brasileño Hermeto Pascoal o Chick Corea, entre los más conocidos. Eso, sin menoscabar las figuritas locales como Jorge Navarro, Mauricio Percán, Chico Novarro, Litto Nebbia, Néstor Astarita, Baby López Furst, el Mono Villegas, todos ellos con el aporte constante de su inmenso talento pero también creatividad a la hora de desarrollar esas zapadas legendarias que no conocían de horas o días porque una de las premisas del Negro González era que Jazz & Pop debía permanecer abierto de lunes a lunes y no sometido a los rigores comerciales de un fin de semana para que la gente de menos recursos pudiera llegar sin ningún impedimento en cualquier momento. El respaldo de la investigación se complementa con el aporte fotográfico, material de archivo cinematográfico y un rico puñado de voces autorizadas que relatan experiencias, acontecimientos relevantes de Jazz & Pop y rasgos humanos de su creador, quien durante el rodaje falleció y de alguna manera su desaparición originó cambios de rumbo en la estructura del film. La banda sonora original ejecutada por músicos jóvenes como Guillermo Marigliano (Guitarra electrica y acustica), Andres Pellican(bajo electrico y contrabajo), Tomas Babjaczuk (bateria), Alvaro Torres (piano, rhodes y synthe), Alejandro Chiabrando (saxo tenor), Sophie Lusi (violin), Ricardo Pellican (guitarra acústica), complementa cada capítulo de esta melancólica página musical donde la dicha en movimiento choca con la melancolía de la pérdida, en el instante en que la melodía única e irrepetible desaparece del mundo. En lo efímero renace esa inspiración que dejó el Negro y su mirada que excedía los valores intrínsecos de este género, el jazz como define Chico Novarro en uno de los tantos momentos inolvidables de esta hermosa pieza es movimiento y libertad y cuando estas dos palabras danzan a la deriva de un mundo imperfecto, la euforia y la tristeza renacen y no pueden improvisarse.
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