En la comedia negra deben prevalecer el humor, la originalidad y las situaciones más inesperadas para que el film logre hacer blanco en el interés de los espectadores. Ninguno de estos elementos está en El jefe, una alocada aventura en la que, inexplicablemente, se necesitaron tres países (Colombia, la Argentina y Canadá) para dar nacimiento a tan pobre producción. La primera dificultad del film se halla en la imposibilidad de comprender los diálogos, por un deficiente sonido o por la falta de vocalización del elenco (con la única salvedad de Mirta Busnelli). La historia (de alguna manera hay que llamar a esta serie de peripecias sin sentido) tiene su eje en Ricardo, jefe de recursos humanos de una fábrica de dulces, atrapado entre un trabajo que detesta y un hogar que lo deprime.
El llanto de su bebe, las quejas de su mujer, las peleas con sus empleados y las órdenes absurdas que él mismo imparte lo tienen al borde del abismo, de los que intenta huir hacia el esbelto cuerpo de la mejor amiga de su esposa. Ricardo decide utilizar sus ahorros para escapar con su amante y así comenzará una serie de engaños y traiciones.
El director Jaime Escallón Buraglia intentó, basándose en un libro de gran éxito comercial, componer (o descomponer) este relato con el que pretendió conquistar la risa del público. Pero su esfuerzo cae casi siempre en escenas de dudoso gusto, en una serie de situaciones por demás absurdas y en una comicidad que nunca permite la más elemental sonrisa.