Osorio es una mala persona. Desde un primer momento queda en evidencia que no es un personaje de moral dudosa, sino que disfruta de hacer sufrir a los otros. El hogar lo padece, con un bebé recién nacido y su mujer que no se calla por un segundo, pero en el trabajo es rey. En el medio tiene un amorío con la mejor amiga de su esposa, con la que planea fugarse hacia otra vida. Esto, que es muy poco, le basta a Jaime Escallón Buraglia para hacer su primera película, la cual trata de rendir culto al absurdo pero parece que solo alcanza al ridículo.
Lo breve de una sinopsis en cuatro líneas plantea una idea de consistencia que en realidad El Jefe nunca tiene. Ya en la primera escena queda claro la ética del protagonista pero, en favor de unas risas que no llegan, se repiten situaciones que tienden a reforzar lo ya sabido. A raíz de esto es que el conflicto, la intención de huir junto a su amante, demora demasiado en presentarse. Esto permite que en tanto se desarrolle una inentendible trama de intriga, tan descuidada en su trato y rebuscada (que no es lo mismo que compleja) que es de esperar que, como efectivamente ocurre, no llegue a nada.
A esto se suma una gama de personajes que entran y salen de escena colaborando al desconcierto general. Mirta Busnelli, es uno de ellos, en un papel con dos inexplicables vueltas de tuerca amorosas con las que se la acaba por vincular al "Quemado", el gran enigma de la película, no por el misterio de su identidad sino por saber qué tiene que ver en la historia. El Jefe completa así un intento de grotesco muy fallido en el que lo más entretenido será ver las inserciones de estereotipos argentinos que justifiquen el apoyo del INCAA.