A veces los críticos de cine tenemos una posición firme sobre ciertos temas que no nos permite ver más allá del supuesto “contenido” de algunas películas. Entonces nos apresuramos a decir que son demagógicas o reaccionarias, condicionados por nuestras ideas previas, sin prestar atención a la forma cinematográfica. Más allá del tema que aborden o de su visión crítica sobre la Europa actual, en el cine de los hermanos Dardenne importa más el cuerpo de los actores, los gestos, el trabajo con la luz, el encuadre y el sonido que el mejor de los guiones. El héroe dardenniano se define por la acción pura, la urgencia y los encadenamientos de situaciones que dejan poco lugar a la reflexión. El protagonista de su última película consolida esta marca autoral llevando al extremo la dificultad para expresarse, aceptar vínculos y establecer relaciones sociales. Pero en el universo profundamente humanista de los cineastas siempre hay un hueco por donde se filtra la esperanza. La belleza de su cine reside en esas pequeñas cosas, esos detalles ínfimos que cambian el curso de un destino, frustran una fatalidad y producen una revelación.
Ahmed es un preadolescente belga de origen árabe que está en una etapa avanzada de radicalización islámica bajo el control de un imán de su barrio. El niño juzga duramente a su madre y no puede soportar la perseverancia de una maestra por impartir cursos de árabe que no se basen únicamente en la enseñanza del Corán. Ella busca interesarlo en la diversidad de un mundo con el que el joven ha forjado una relación obstinada en la que el significado, los sentimientos y las relaciones son ordenados de acuerdo con las estrictas categorías de puro e impuro. La secuencia inicial es extraordinaria: la cámara pegada al cuerpo del protagonista mientras intenta salir corriendo por los pasillos laberínticos de la escuela sin saludar a la maestra, nos mete de lleno en su mundo y genera la sensación de descubrir con sorpresa cada uno de sus movimientos y sus conmociones.
La magnitud del tema elegido por los cineastas es desarrollada mediante una aguda observación de eventos mínimos. La película sigue el detalle de los rituales alrededor de los cuales se organiza la vida de Ahmed, cuya sacralidad por momentos remite al cine de Bresson: la educación paciente y minuciosa del cuerpo para la posición del rezo, la prohibición de estrechar la mano de las mujeres o la imposibilidad de entrar en contacto con los animales. Los momentos cruciales de la película son breves instantes que abordan su cuerpo: un perro que lame su mano, una joven que toca con una ramita su rostro antes de robarle un beso o un golpe brutal. La película se concentra en la humanidad de su héroe con una dimensión de misterio que elude los grandes movimientos para dedicarse a los pequeños gestos que traicionan su estado de ánimo y anuncian una decisión. Los Dardenne confirman su maestría para la dirección de actores reuniendo a un elenco de desconocidos que se desenvuelve con una hermosa y constante precisión. La presencia, densa y compacta, de Idir Ben Addi acapara toda la película. Los cineastas abordan la naturaleza de un personaje problemático con honestidad, sin ceder al juicio ni a la simplificación. La empatía con Ahmed se debe también al talento de los hermanos Dardenne para descubrir actores no profesionales y hacerlos trabajar con una naturalidad conmovedora.