Se estrena en cines el más reciente film de los realizadores de «Rosetta» y «El silencio de Lorna», la historia de un chico musulmán de 13 años que se vuelve peligrosamente fundamentalista.
Después de dos films no del todo logrados –al menos dentro de los parámetros de excelencia que uno espera de su cine–, los hermanos Dardenne retoman potencia e intensidad en EL JOVEN AHMED, una película que tiene más puntos en común con las anteriores de la dupla, tanto por su tipo de protagonista como por su tema y por un hecho que parece un detalle pero no lo es: no tiene a celebridades como sus personajes principales.
Sus dos anteriores films, protagonizados por Marion Cotillard y Adèle Haenel, perdían potencia y credibilidad por su intento de incorporar a estas estrellas al mundo «popular», callejero y urbano que suele verse en sus películas. No era su único problema, pero sí el más visible. Al desaparecer ese desajuste, los hermanos logran recuperar una fuerza que esos films no tenían. Algo inquietante, impredecible, un poco enervante.
La propuesta es bastante simple y tiene potencial para ofender e incomodar a muchos, aún cuando esté realizada con las mejores intenciones y hasta con cierto didactismo que los belgas incorporaron en sus últimos films. El protagonista es un chico belga de 13 años, musulmán, llamado Ahmed que, siguiendo a un imán bastante fundamentalista, ha empezado a radicalizarse, a tomar preceptos religiosos al pie de la letra, enfrentándose en el camino con mucha gente que lo rodea y lo quiere, empezando por su madre viuda.
Pero no solo ahí. Algunos amigos lo empiezan a dejar de lado y él se vuelve en contra de cualquier otro musulmán que no siga los preceptos del Corán al pie de la letra, considerándolos apóstatas, impíos y dignos de ser castigados y hasta sacrificados. Ahmed dedica casi todo su tiempo a rezar o a prepararse para hacerlo y critica a su madre, a su hermana y a cualquiera que diga o haga algo mínimamente alejado de lo que dice el libro sagrado.
Y su enojo más grande es con Inès, su maestra, a quien no le quiere dar siquiera la mano y a la que critica por algunas decisiones de su vida personal, siempre influenciado por su radical mentor. A tal punto llega su obsesión por castigar a los impíos que Ahmed decide atacarla con un cuchillo, quizás con intención de matarla. Pero el ataque le sale mal y el chico termina en un centro de rehabilitación en el que intentarán hacerlo entrar en razones de la manera más respetuosa y amable posible.
El, tras algunos inconvenientes iniciales con las autoridades, parece aceptar la lógica del lugar y adaptarse a la nueva realidad, incluyendo una incipiente amistad con una chica de su edad que trabaja en la granja. ¿Pero será realmente cierto ese cambio que muestra? ¿Ahmed está dándose cuenta de sus errores o acumulando aún más furia contra todo y todos?
Los Dardenne construyen una película de suspenso con tintes sociopolíticos que lleva la tensión al máximo, un poco como sucedía en EL HIJO o la propia ROSETTA, en las que hay involucrados personajes adolescentes, potenciales revanchas y la consecuente tensión narrativa que eso genera. La evidente inestabilidad emocional del chico, convencido al máximo de lo que está haciendo, lleva al espectador a vivir con temor cada uno de sus pasos. Es claro que se trata de alguien que no entiende razones, por más lógicas que suenen. Y que, de algún modo u otro, está al borde de la alienación.
Más allá de las controversias que la película pueda generar por el tema que trata, los Dardenne no intentan explotar el asunto de una manera morbosa ni nada parecido. El estilo que utilizan sigue siendo el mismo y reconocible de siempre: humanista, pseudo-documental, de creciente intensidad. Quizás con cierta inocencia –y una mirada externa al mundo que retratan– plantean lo que imaginan es un conflicto en el propio seno de la comunidad musulmana, entre los que están más «asimilados» y los que rechazan cualquier intento de convivencia con ellos.
Y si uno quita del medio el tema específico de la película, EL JOVEN AHMED puede ser vista también como un crudo retrato de cómo muchos adolescentes y jóvenes (adultos también) pueden ir fanatizándose por una causa al punto de empezar a perder todo contacto con la realidad y con sus seres queridos. En los últimos años –tan virtuales como controlados por algoritmos que reproducen una misma lógica hasta el hartazgo– esos círculos cerrados de pensamiento único se han vuelto peligrosos en todos los ámbitos.