"El joven Ahmed", de los hermanos Dardenne: dilemas éticos
Problemas de difícil resolución es lo que los autores de "Rosetta" y "El hijo" le plantean siempre al espectador.
“Dame un beso”, le pide la madre a Ahmed, que tiene como maestro y referente a un imán que predica que a los infieles hay que “cortarlos” allí donde se encuentren. “No puedo besar a una mujer, acabo de hacer mis abluciones”, responde Ahmed y se va corriendo. La nueva película de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne no ayuda precisamente a combatir la islamofobia. El problema es que el consejo del imán no es inventado: así lo predica un sutra del Corán. Problemas, dilemas éticos de difícil resolución es lo que los autores de Rosetta y El hijo le plantean siempre al espectador. Ganadora del premio a la Mejor Dirección en Cannes 2019, el que recibió El joven Ahmed es un premio justísimo, ya que en términos de puesta en escena los realizadores belgas siguen siendo ejemplares. Aunque esta vez, hay que reconocerlo, los dilemas parezcan de resolución algo más fácil, más gruesa tal vez.
“Es una perra, una apóstata”, dice el imán Youssuf en referencia a la señorita Inès (Myriem Akheddiou), profesora de lengua árabe de Ahmed (Idir Ben Adi). La apostasía de la profesora (que es árabe) reside en querer enseñar el idioma con canciones, para facilitar el aprendizaje de los alumnos. Y eso conspira contra la lectura directa del Corán, que debería ser la única fuente de aprendizaje. El imán (Moumen de Othmane), un verdadero monstruo fundamentalista que vive esperando la llegada de la jihad, es claramente “el malo” de la película. Llevado por sus enseñanzas, Ahmed se convertirá en un pequeño monstruito también. Aunque por tratarse de un adolescente, sugestionable por lo tanto, cabe esperar que el día de mañana reniegue de las enseñanzas de su mentor y acceda a dar un beso a la mamá, dar la mano a cualquier mujer, no correr a lavarse las manos cada vez que se las lame un perro “impuro”. Y, sobre todo, no tomar las enseñanzas del imán tan en serio como para convertir un cepillo de dientes en un cuchillo, persiguiendo obsesivamente de allí en más a quien violó las enseñanzas del Libro, para ajusticiarlx como el Libro manda.
Un problema de El joven Ahmed, tan ideológico como dramático, es que el imán está presentado como “verdadero” lector del Corán (por lo tanto sus perversas enseñanzas son una lectura literal), mientras que la señorita Inés, que es su contrario y sostiene que el texto sagrado no pregona eso, lo hace con tanta poca convicción que termina callando ante Ahmed. Conclusión del espectador: es la palabra del Profeta la que Yousuff verdaderamente aprendió. Segunda conclusión, entonces: el islamismo, al menos el religioso, es en su conjunto perverso, enfermo y criminal. Es verdad que en una discusión entre alumnos los que están del lado de cada educador (el imán y la profesora) son un número repartido, lo que da a ver que no todos los musulmanes son iguales. Pero la voz de Youssuf no sólo es la que tiene más oportunidades de imponerse, así como su mejor discípulo está absolutamente obsesionado con seguir sus palabras, ajusticiando al o la infiel. La idea que se desprende de esto es “ojo con los islámicos”. ¿Que solo los religiosos practicantes son peligrosos, no los beatos? Sí, pero no hubiera estado mal que esto quedara más claro, para que el espectador europeo-blanco no salga a la calle temiendo que cualquier hombre o muchacho de tez mate y barba hirsuta le clave una faca en el estómago.
En términos de puesta El joven Ahmed replica la de Rosetta, con la cámara siguiendo implacablemente al/la protagonista. De hecho Ahmed, adolescente rebelde, puede verse como versión en espejo de la revulsiva Rosetta. Libros enteros desarrollan el preocupante hecho de que la rebeldía actual es de derecha (ver Milei). Lo relevante de la puesta de los Dardenne es que, aunque se los identifique con una cámara agitada, en mano, en movimiento y montada a los saltos, esto sólo es así cuando los personajes están en ese estado. Un largo plano fijo sobre Ahmed y la chica que quiere besarlo, con poca fortuna, así lo demuestra. No se trata de mover la cámara por moverla, sino de hacer de ella un medio de expresión de los personajes. Eso es lo ejemplar.