Muy probablemente la labor de los hermanos Dardenne sea el gran cine de realismo social de los últimos veinte años, en los cuales han sido capaces de renovar las indagaciones y ejemplificar las contradicciones presentes en el continente europeo. Lo lograron desde una mirada plena de humanismo con la que han abordado en diferentes films el mundo del trabajo, la legislación laboral, la difícil integración de los jóvenes a una realidad plena de asimetrías, la desintegración del núcleo familiar en el acuciante desempleo y la ambigüedad moral de las sociedades modernas frente a los desprotegidos, que son un mosaico de reflexiones unidas en la permeable fragilidad allí donde todo parece perfecto. Por fuera del cine político, la construcción dramática de los hermanos Dardenne siempre ha apostado por un naturalismo que determina, casi de manera espontánea, la evolución del relato sin bregar en discursos, posturas ideológicas o didactismos. Dentro de todo este retrato de las contradicciones presentes en la sociedad europea estaba ausente el fenómeno del integrismo religioso, y así lo era hasta esta película.
Porque el joven Ahmed del título es un chico que, según reclama su madre, hasta un mes atrás estaba interesado en jugar videojuegos y, casi sin pausas, comienza a seguir a un Imán que lo atrae con un discurso vibrante en la búsqueda de la pureza. En esa mirada construida en condenar la diferencia, poco a poco, germinará en él la semilla del integrismo religioso que lo llevará ciegamente a intentar completar un círculo de expiación de la culpa de manera tan radical como es su entendimiento del mundo.
Pero más allá del tema formal que es parte del análisis de los Dardenne –y que es tan acuciante en la realidad europea contemporánea- no puede sustraerse una reflexión sobre el fanatismo que se distrae de la raigambre religiosa del relato para tornarse universal en esa mirada que por definición niega el discurso de la contraparte e incluso su existencia misma.
Lo consiguen con un relato impecable y que acrecienta su tensión, aunque el desenlace no ofrezca el pulso compacto que observa la totalidad del film, gracias a la mirada precisa de su esmerado trabajo de cámara en mano (que es clásico en un cine que así brinda un tratamiento casi documentando su urgencia). Y también gracias a un joven protagonista, Idir Ben Addi, que resulta, como en otros films de los hermanos, el núcleo mismo de un relato pleno de aciertos cuando la narrativa se amalgama a la solidez interpretativa de jóvenes actores que en muchos casos salen de un universo no profesional.
Como en otros relatos de los Dardenne, en El joven Ahmed también se ciñe la pregunta de qué lugar existe para los adolescentes en la sociedad de hoy. Y aunque no se encuentren todas las respuestas, siempre es vibrante en la formulación de los interrogantes, que consigue explicar de manera clara y sencilla, en su ya clásica reflexión moral sobre la profunda naturaleza de un conflicto presente donde todo a simple vista parece perfecto.