El pacifismo era cosa seria
El juego de Ender, adaptación del libro de Orson Scott Card -considerado ya un clásico de la ciencia ficción de los 80’s-, es una de esas películas que sirven para demostrarnos que hay que ingresar al cine ligero de prejuicios. Al menos, lo más posible. El tráiler era malo, las adaptaciones de sagas literarias infanto-juveniles saturan el mercado, el director Gavin Hood viene de atrocidades varias como Wolverine, y en los Estados Unidos a la película le fue como el demonio de mal. Motivos había, pues, para esperar lo peor. Pero -y ahí lo interesante- daría la impresión que los responsables del film trataron de sacar virtud de los múltiples elementos trillados y recurrentes que constituyen El juego de Ender, y apostaron por una película con una personalidad definida que si bien no es ninguna maravilla, al menos cumple con su objetivo de sembrar un nuevo universo cinematográfico para ser explorado.
En El juego de Ender hay mucho del procedimiento que llevó a la pantalla grande a Los juegos del hambre: la película no se desvive por sostener el interés del espectador a puro golpe de efecto, sino que se propone una narración más relajada y con el acento en los personajes y su psicología. También, hay veteranos que aportan su prestigio en personajes de reparto bien puntuales: Harrison Ford, Ben Kingsley, Viola Davis. Y en el centro, una estrella juvenil en ascenso como Asa Butterfield, que aporta solidez al protagonista, un personaje bastante conflictivo y al que el aspecto parco del actor amplifica en muchos aspectos.
Al igual que Katniss Everdeen (o al revés, si tenemos en cuenta que Los juegos del hambre es muy posterior literariamente hablando a Los juegos de Ender), el joven Ender es un héroe a su pesar. Y su éxito se enmarca en un contexto social y familiar, donde la cultura ha hecho de la violencia un modo de vida pero también de subsistencia. Aquí también algo primordial es el sentido de liderazgo y de aquello que estamos decididos o no a hacer para ser respetados y aceptados. Y si bien la adaptación dejó de lado mucho del subtexto político y religioso que existía en el libro, lo cierto es que funciona igual y no pierde un ápice de su potencia humanista.
Es verdad que el film de Hood peca también de esa seriedad que carcome las entrañas de mucho entretenimiento adolescente actual. Y si bien llama la atención su falta de humor, hay que reconocer que el drama funciona y que el film tiene una estructura narrativa pensada en función del revelador final. En él, la palabra “juego” adquiere reminiscencias bastante siniestras y logra incorporar varios sentidos en su dialéctica: habla de la tecnología, habla de los liderazgos, habla de cómo los adultos pervierten el mundo de los niños. Y mucho de esto está dicho sin redundar en el mensaje y recurriendo plenamente a la imagen y el movimiento. El juego de Ender es un film pequeño en su proyección, pero que a diferencia de otras sagas nos promete un futuro interesante. Habrá que ver -reglas del mercado al fin- si el fracaso comercial permite seguir la aventura que Card imprimió en varios volúmenes.