Enemigos míos
Aquello que en los 80 sorprendía a los lectores por plantear la virtualización dentro de las prácticas militares para simular guerras contra enemigos potenciales hoy ya existe. En la época en que fuera concebida esta novela por el escritor Orson Scott Card y que se propone como una nueva saga adaptada al cine y orientada hacia el nicho adolescente, sonaba estrafalario inclusive pensar en niños entrenados para la guerra, algo que en estos días ya no se acomoda a los cánones de la ciencia ficción.
Para los 80 un grupo de niños, expertos en la resolución de combates virtuales como modelo de juego, empleados para convertirse en potenciales guerreros era toda una novedad y desde ese lugar parte la historia de El juego de Ender: preparar un ejército de jóvenes para aniquilar a la raza alienígena que en un pasado atacara al planeta Tierra diezmando la población.
Así las cosas, nuestro héroe Ender (Asa Butterfield) tiene todas las características para convertirse en el elegido y de esta manera es reclutado por el comandante Graff (Harrison Ford) para ser entrenado bajo una estricta disciplina militar, donde deberá demostrar ante sus pares decisión y rapidez mental para coordinar un ejército y así terminar con el enemigo en su propio territorio. Los formics son unos alienígenas de una morfología similar a la de las hormigas y al igual que estos insectos su comportamiento obedece a una reina, el principal eslabón de una cadena que debe ser destruida para siempre.
El director y guionista Gavin Hood en una primera mitad pareciera transitar por los caminos habituales de todo film de iniciación militarizante con los estereotipos del caso, léase enfrentamientos antagónicos, desacato a la autoridad, peripecias que pondrán en riesgo el futuro del protagonista durante el arduo proceso de reclutamiento.
Sin embargo, en una segunda mitad el film vira hacia otros horizontes que hacen foco en aspectos más profundos en relación a la guerra preventiva como estrategia para evitar males mayores sin medir las consecuencias y que representan para Ender un dilema interesante que seguramente se desarrolle con mayor énfasis en la secuela.
Si bien no estamos ante una película dechada de virtudes tampoco nos enfrentamos a un producto mediocre en cuanto a la calidad y desde el punto de vista cinematográfico porque es de destacarse por ejemplo el diseño de producción para una trama que se desarrolla en su mayoría en escenarios simulados, donde el despliegue visual es importante pero no avasalla con detalles ni atosiga con efectos para dejar fluir el relato de manera prolija y sostenida, hacerlo entretenido gracias a las buenas actuaciones de Asa Butterfield, Harrison Ford y una escasa participación de Ben Kingsley.