Los números al poder
El juego de la fortuna (Moneyball, 2011) es, ante todo, una variante de cine deportivo atravesada por una cuantificación constante propia de una vertiente económica. Pero lejos del argot críptico de la segunda, Bennett Miller -el mismo de Capote (2005)- y los guionistas Aaron Sorkin y Steven Zaillian logran una entretenida fábula sobre la superación, inherente a los tiempos de crisis que corren.
Billy Beane (Brad Pitt, menos “mandibuloso” que siempre) supo ser un beisbolista cuyo éxito potencial se truncó a mitad de camino. Varios años después, a mediados de 2002, es el manager general de los Athletics de Oakland, un equipo aquejado tanto por los malos resultados como por los balances contables en rojo y la consecuente imposibilidad de contratar refuerzos de calidad. En ese contexto conoce Peter Brand (Jonah Hill), un economista recientemente egresado de Yale dedicado al meticuloso estudio del desempeño deportivo de los beisbolistas. Así, mediante un software informático, logran obtener la máxima relación entre la inversión de un fichaje y el potencial beneficio.
Es al menos curioso que en tiempos de crisis económica global, una película abrace al capitalismo con la tenacidad con que lo hace El juego de la fortuna. Pero no para defenderlo, sino para exponerlo en su máxima expresión crueldad, focalizando sobre todo en la cosificación de la mano de obra encarnada en los jugadores –Beane no se involucra emocionalmente a sabiendas que tarde o temprano deberá deshacerse de ellos- en constante negociación. Así, si el capitalismo consiste en el apetito insaciable de recursos, Miller lo aggiorna a los tiempos actuales arrinconando a sus protagonistas contra la optimización de los recursos ya existentes para la obtención de las máximas ventajas, objetivo que logran mediante el cambio de paradigma de mando económico por otro también atravesado por la lógica numérica. De allí que la premisa central del software esté en que los jugadores más valuados son menos rendidores que aquellos a los que se margina por disfuncionalidades ajenas al juego. Algoritmos y superficie: el capitalismo en su máxima expresión.
Ahora bien, toda esta alambicada interpretación es posible gracias a la solidez y lisura con la que discurre la narración. Narración que a priori invitaba al coqueteo con el abuso de tecnicismos económicos y monetarios ya que la materia basal es el libro El arte de ganar un juego injusto, del periodista económico Michael Lewis. El mérito es, entonces, para los guionistas. “De algún modo, Sorkin se está convirtiendo en el guionista de lo infilmable”, observó atinadamente Mariano Kairuz en Radar. Es que el guionista de Red Social (The Social Network, 2010) y Steven Zaillian liman las rugosidades del formuleo matemático y la pesadez agobiante de las estadísticas hasta hacerlas no sólo entretenidas, sino también apasionantes.
Pero la frialdad lógica y secuencial del razonamiento deductivo se interrumpe con la presencia de ciertos personajes sin espesura (por ejemplo el de la esposa de Beane, interpretado por Robin Wright), que observan la acción desde un marcado segundo plano. Su función es menos la modificación de las actitudes y comportamientos de los protagonistas que la de darles un ápice de carnadura humana ante tanto comportamiento maquinal y mecánico.