Siempre hay un problema con las películas sobre béisbol: es un juego difícil de entender. Para los países donde el fútbol es rey –un juego donde todo depende de la movilidad constante y de un tiempo limitado– un deporte donde muchas veces “no pasa nada” y cuyos partidos pueden durar nueve horas es complejo. Sin embargo, los estadounidenses –gracias al cine– han mutado el deporte estático en puro género dinámico. Hay joyas (La bella y el campeón, El campo de los sueños, Enamorado) y ahora este film, que puede ser considerado como la mejor película de béisbol de la Historia… sin Kevin Costner como protagonista. Y es la mejor por varias razones: la primera, nunca deja de lado la amabilidad para cargar de improbable tragedia lo que no es más que un juego. La segunda: vuelve simple de comprender algo extremadamente difícil.
Y la tercera, retoma el sentimiento utópico americano, el del original y el emprendedor y el trabajo en equipo como forjadores de un destino. Aquí todo se concentra en el manager de un equipo que debe armar un team competitivo con muy poca plata (mientras el resto de los equipos “compran” estrellas por cientos de millones), y su relación con un analista de sistemas que aplica reglas diferentes de las del “negocio”. Esos dos personajes los interpretan, en estado de gracia absoluta, Brad Pitt y Jonah Hill. Sin lecciones falsas y con sabor a realismo épico, “El juego de la fortuna” es esa clase de grandes películas que superan lo local de su planteo.