Pocos aspectos establecen tan marcadas diferencias entre los estadounidenses y el resto del mundo como en el caso del deporte. Hockey sobre hielo, fútbol americano, baseball, los elegidos por sus fanáticos gozan de una notable falta de popularidad en los demás países, exceptuando levemente al básquet. Pero aunque el fútbol sea soccer y el béisbol sea baseball, el deporte, no importa cual, es igual en todos lados. Y el deporte, la mayoría de las veces, no es justo. No siempre gana el que más se esfuerza o el que más lo merece, muchas veces la suerte acompaña o no. Pero hay otros casos en los que las cartas ya se conocen, manos en las que juega el dinero sobre todo y que permiten que, en "igualdad de condiciones", se enfrenten entre sí equipos con diferencias abismales de presupuesto.
Es ahí donde se juega El Juego de la Fortuna, que si bien su título parece remitir a un juego de mesa o a uno de azar, hace referencia a un deporte que mueve millones de dólares y a jugadores con una ligereza que asusta. Y en el medio de eso está Brad Pitt o Billy Beane, manager de uno de esos equipos que están "15 pies de basura" por debajo de los considerados pobres. El hombre que entiende que no se le puede ganar a los grandes imitándolos, sino con ideas, astucia y una mentalidad por fuera de la norma. El perfil bajo, el amor por la pelota, la constancia, la convicción y, sobre todo, la capacidad para encontrar diamantes donde los demás vieron carbón, son las claves del Moneyball, un sistema que reinventa el juego, un huracán que revoluciona la forma de jugar. Un Huracán de Cappa.
Ahí reside el conflicto del film de Bennett Miller, un hombre con fe en algo más enfrentando a empresarios, cazatalentos e incluso al propio entrenador, ejemplos varios de una extendida mirada tradicional que le dice qué es lo que tiene que creer. Y con esto se logra una muy buena película, de esas que pudiendo hacerlo no se encorsetan en aleccionar al espectador, de esas que van a más y dejan todo en la cancha y, a pesar de que no lo logren, van a caer intentando. Las buenas actuaciones de Pitt y Jonah Hill, bien podrían tener más tiempo en pantalla Chris Pratt, Robin Wright o Phillip Seymour Hoffman, acompañan un guión más que correcto de Aaron Sorkin y Steven Zaillian que, a la hora de elegir, prioriza con buen criterio el desarrollo del sistema, y el film en su totalidad, sobre el propio Beane, antes que la ejecución del mismo en los diferentes partidos. Un trabajo que supera las expectativas y que, si bien en muchos fragmentos se queda en tecnicismos y demás aspectos que exigen una familiaridad que no se tiene para con el juego, logra franquear airoso la barrera que implica un tema cuasi autóctono para desarrollar una película universal.