Una forma más pura de perversión
Sería interesante que alguien invente un gráfico sobre la evolución de las sagas, con sus picos, sus caídas y sus puntos críticos. En ese esquema improbable, El juego del miedo 7 indicaría un momento de superación. Si en las anteriores entregas lo que parecía dominar era la inercia de la repetición de escenas crueles unidas entre sí por una retorcida noción de juego moral, ahora la cosa va un paso más allá y en cierto modo se desvía hacia una forma más pura de perversión.
La espectacularidad sádica es asumida desde el principio de la película. La primera tortura se desarrolla en la vidriera de un negocio del centro de Nueva York. Frente a los ojos impotentes y fascinados de cientos de personas, dos jóvenes rubios y una chica morena, vértices de un triángulo amoroso y pecaminoso, deben decidir quién sobrevive de los tres. Por supuesto, de ahí en adelante, no se ahorran las explosiones de sangre, las tripas que vuelan o las cabezas que se desfondan.
Si bien no desaparecen los galpones y los sótanos –donde, como en un negativo del capitalismo industrial, se montan las máquinas de producir muertes,– hay en El juego del miedo 7 una dimensión nueva (tal vez en tributo al 3D): la pública y mediática. Una de las tramas se enfoca justamente en un hombre que se hizo famoso por haber escrito un libro de autoayuda sobre cómo sobrevivió a las torturas y va de gira por los canales de TV como una estrella pop.
La otra trama es el conflicto entre la esposa del Jigsaw original (Tobin Bell) y uno de los ayudantes del psicópata (el policía que apareció en El juego del miedo 3 ). En esa guerra, que a la vez incluye una venganza contra otro policía, vale todo. Las razones morales que en las anteriores entregas “ justificaban” las torturas ahora se han convertido en pura perversión.
“Pura” por puritana. Porque el goce de estos torturadores no es sexual sino espiritual. Un triunfo sobre la carne. Como si fueran ajedrecistas que movieran, eliminaran y sacrificaran piezas humanas, la mayor satisfacción es ganar para poder decir: “El juego ha terminado”.