Bifes y achuras tridimensionales
La saga continúa, con más obscenidad tortuosa.
Pornografía sádica, obscenidad tortuosa: no mucho más. O sí. Tal vez El juego del miedo 7 3D (que no provoca miedo sino repugnancia) ofrezca otros matices. Por ejemplo: una ideología siniestra barnizada de corrección política. ¿Cómo? En El juego ...
se martiriza, se mutila, se eviscera, sí, pero no a gente como uno sino a racistas, a adúlteras (atención con las mujeres) y a mercaderes farsantes. Gran mensaje. Hay más: un policía atacado por un adicto (luego liquidado por otro policía), que aclara: “Me atacó, pero no era para aplicarle la pena de muerte”. Ojo: que tanta línea garantista no mitigue la adrenalina.
Lo cierto es que, más allá de pertenecer a una saga gastada, cada vez más indolente -ya no importan, si es que alguna vez importaron, la evolución dramática, la construcción de personajes, ni siquiera el argumento- la séptima película de El juego...
ofrece una sola vuelta de tuerca: el efecto 3D. Si antes el regodeo era mostrar torturas en planos detalle, ahora se apuesta a algo más sofisticado: que el espectador sienta que casi puede entrar por cada tajo, hacia cada hueso quebrado, hacia cada órgano lacerado. Una decisión comercial, claro, pero también una toma de posición ética y estética: clara, sin límites.
El detective Hoffman (Costas Mandylor) persigue a Jill (Betsy Russell), viuda de Jigsaw (Tobin Bell), quien vuelve como siempre de la muerte en forzados y breves flashbacks. Gibson (Chad Donella) custodia a Jill e investiga la desaparición de un hombre, supuesta ex víctima de Jigsaw, que hizo fama y fortuna vendiendo libros sobre cómo se sobrepuso a los tormentos. Este hombre es, en realidad, un mentiroso. Y recibirá su cruento merecido. ¿Importará todo esto? No. En la lógica comercial del director Kevin Greutert sólo valen los cortes y achuras. ¿Serán los últimos? Dudoso.