El crucigrama se escribe con sangre
Una de las mejores publicaciones argentinas de los 80 fue Humor & Juegos, donde, por ejemplo, creaba crucigramas y acertijos Mario Levrero. Los adolescentes de entonces nos divertíamos bastante con esos juegos de ingenio que apelaban a la inteligencia más que a la memoria o el cálculo. También en esos años se producían en el cine muchos films slasher, esos donde un asesino loco/psicótico reventaba sangrientamente a cualquier jovenzuelo de la era Reagan que se atreviera a desnudar un escote. Y, por último, también en esos años había telenovelones llenos de glamour brillante como Dallas y Dinastía, donde las pasiones más bajas y los pecados más terribles se escondían detrás de la apariencia del éxito económico. La serie El juego del miedo –y esta sexta parte aún más– combina estas tres cosas: un melodrama de gente con culpa manipulada por un psicópata asesino que usa juegos de ingenio sangrientos para vigilar y castigar (o castigar y vigilar el castigo, que para el caso es lo mismo). El único atractivo de estas películas llenas de efectos digitales y maquillajes granguiñolescos está en saber: a) Cuál es la solución de cada acertijo; b) Quién lo resuelve y quién no; c) Quién revienta y cómo; d) Quién es realmente el malo de la película y qué hizo de malo esa gente (después de todo, se trata en el fondo de una justificación, si no defensa, de la justicia por mano o serrucho propio) para estar ahí. Y el problema es que ya sabemos que van a pasar estas cosas y que el impacto shockeante de gritos de dolor y chorros de sangre, al saturar, pierde su efectividad. Film sobre todo feo y bastante reaccionario, su peor pecado no es su inmoralidad digital sino que convoca –con éxito– el aburrimiento, algo de lo que Humor & Juegos, los slasher, Dinastía y Dallas sabían salvarnos.