Algo hicieron
La deshumanización de la víctima es un recurso habitual de asesinos y torturadores para despojar a esta de identidad humana, convertirla en un objeto, y justificar las acciones aberrantes o al menos desculpabilizar al victimario. En una serie como la de El juego del miedo, donde la identificación propuesta es con el asesino y no con la víctima, no debería sorprender que se utilice ese mismo recurso. La manera en que lo hace esta sexta entrega es tan transparente que es hasta didáctica a la hora de ejemplificar el mecanismo, y es llevada tan lejos que la víctima pasa a ser identificada como victimario merecedor de todos los tormentos a que se lo somete. Así se le brinda al asesino la justificación de todos sus desbordes. No la explicación psicológica de por que hace lo que hace (que no se necesita), sino la justificación moral de por que está bien que lo haga.
Desde el principio la saga tuvo un marcado sesgo moralista. El protagonista, Jigsaw, se presentó siempre como un impartidor de justicia y, sobre todo, castigo contra todo tipo de faltas: criminales, drogadictos, adúlteros, y hasta personas que “no saben vivir la vida”, es decir no la valoran. Aquí el grupo pecador sobre quien se aplicará el escarmiento es el de los agentes de compañías de seguros que buscan los subterfugios para no cumplir los contratos, denunciar a los asegurados y dejarlos sin cobertura. Una crítica a este sistema no tendría por qué ser cuestionada, pero a los fines de eximir a los asesinos y hasta apoyar sus actos se presenta a este grupo de una manera caricaturesca, como villanos de dibujo animado que ríen y festejan alegremente mientras mandan a la gente a enfermedad y la muerte, y así planteadas las cosas, el asesinato y la tortura no son más que instrumentos de justicia. Como siempre las víctimas de las trampas mortales tuvieron alguna relación con la vida de Jigsaw, quien ya murió al final de la tercera parte pero sigue aplicando su obra justiciera a partir de mensajes e instrucciones post-mortem que dejó a sus discípulos y continuadores: su esposa y un agente de policía que está asignado al caso. La víctima principal (o el villano principal, según se mire) es el agente que le negó a Jigsaw la posibilidad de hacer un tratamiento contra su cáncer. Este le tendrá preparada una trampa cruel para que aprenda que eso está mal, porque Jigsaw también es presentado como un educador y el tormento como una lección. Y es que la letra o la moral con sangre entran, aunque a los educandos el aprendizaje no les sirva de mucho después.
Esta sexta parte no es ni mejor ni peor que sus predecesoras. Se le nota sí el hecho de que la serie se ha vuelto cada vez más autorreferencial y enroscada sobre si misma, aludiendo constantemente a situaciones y personajes pasados. En su afán de presentarse compleja solo consigue ser confusa, teniendo que acudir constantemente a flashbacks y explicaciones que en vez de aclarar confunden y enredan todavía más. Por lo demás, tiene la habitual dosis de tortura y gore, que es lo que su público va a buscar (en la carrera de los flashbacks, además repiten los de entregas pasadas), y le caben los calificativos que le calzan a toda la serie: que es tramposa, pomposa, moralista, cínica, reaccionaria, que es la glorificación del sufrimiento, la justificación del suplicio y lleva la idea de la mano dura al extremo del ridículo.
Es un poco tedioso volver a hablar de lo mismo. Como tediosa se ha vuelto hace tiempo esta serie interminable cuya única variación es cada vez subir un poco más la apuesta de un Gore que por repetido termina anestesiando. Al menos la serie original de Martes 13 (o cualquier franquicia de slashers) era tanto o más repetitiva, pero al menos no se tomaba en serio, como sí hacen estos films pretenciosos que pretenden además estar diciendo algo trascendente sobre la vida y la justicia. Una pretensión de la cual la cita berreta a El mercader de Venecia y su libra de carne no es más que un ejemplo. Lo único cierto en todo caso, es que no hay seguro contra el mal cine.