La tortura como lección de autoayuda
Las almas bellas se escandalizan y luego toman decisiones: “Este filme putrefacto debería estar prohibido”. Así pensaron en la madre patria, y El juego del miedo VI se exhibió allí en donde el cuerpo filmado es pura mercancía y lo narrativo es un pretexto para exhibir las destrezas anatómicas de actores cuyos cuerpos son su último recurso interpretativo. ¿Sadismo pornográfico?
Pocas cosas tiene para entregar esta tercera parte de una segunda trilogía que empezó a principios de esta década. Excepto por la prestancia perversa de Tobin Bell, quien encarna al asesino serial reaccionario y articula el discurso filosófico de la serie, como suele suceder, el resto de los actores son unos troncos, y el relato resulta mecánico como un reloj a cuerda y la estética slasher colecciona lugares comunes como John artefactos de tortura.
El juego del miedo VI consiste en la ejecución del testamento vengativo del popular asesino, cuyo fin es doble: exterminar a un ejecutivo de una corporación de seguros médicos y darle su merecido a los responsables de la muerte de su hijo en gestación. La viuda de Jigsaw/John tiene visiones y una misión secreta. Su único discípulo vivo prosigue con la línea de acción de su maestro, aunque detrás de su musculatura no parece haber vida inteligente.
La apertura no es discreta, y condensa, además, una ideología. Dos bancarios deben salvar sus vidas sacrificando su propia carne. La automutilación deviene salvación. Detrás de la sangre, una consigna: estos depredadores que prestan dinero a quienes no lo tienen son convertidos en presa.
Ésa es la lógica compensatoria de El juego del miedo. Su obscenidad sádica es el correlato de un diagnóstico: un mundo desprovisto de valores. En efecto, el supuesto sabio de la tortura cree en los extremos como método terapéutico: quien se enfrenta con la muerte puede llegar a valorar su vida más que las posesiones que la sostienen. Y es allí en donde secretamente El juego del miedo es autoayuda por otros medios.
Después de 2001, la tortura como instrumento político dejó de ser tabú en EE.UU. Es lógico que Hollywood la naturalice, pues ese cine es una máquina pedagógica y expresa fantasías colectivas de un imaginario específico. Más que escandalizarse y prohibir, hay que sopesar por qué el consumidor preferencial de este tipo de productos ya no cuenta con paciencia ni sensibilidad para mirar Noche y niebla o Garage Olimpo. Se necesita una contrapedagogía, imágenes que restituyan lo Otro y distinto de nuestro mundo.
Para los fans de la serie y sociólogos del espectáculo.
Una virtud: una vuelta de tuerca casi aceptable.
Un pecado: su estética berreta.