Azar sangriento
Un ladrón y un asesino coinciden en una casa: el gore vence.
Hace poco, con motivo de la crítica de El juego del miedo VII 3D , un lector fanático de la saga le escribió a este periodista quejándose por la expresión “pornografía sádica”. Coincidía, aclaró, con la apreciación, pero decía que le resultaba reiterativa. Curioso: cuestionar lo repetitivo de las críticas, pero no lo repetitivo de las películas que son criticadas.
En El juego del terror , de Marcus Dunstan, guionista de El juego del miedo IV, V y VI , hay que decir (ay, qué decir) que la pornografía es más sofisticada. Pero no tanto como lo aseguran algunas críticas extranjeras. En rigor, cada vez se le exige menos al ingenio: alcanza con generar sobresaltos (está muy bien), apelar a imágenes revulsivamente tortuosas (cada cual tiene su gusto) y mantener los éxitos de taquilla de estos filmes gore que no se salen de norma (que el mercado festeje y que los sociólogos intenten explicar el fenómeno).
Aclaremos que el filme de Dunstan tiene una interesante vuelta de tuerca. La masacre de una familia, a manos de un psicópata enmascarado que mutila y asesina de un modo lúdico, valiéndose de cuchillos, martillos y anzuelos, es presenciada por un hombre que entró a robar en la casa y que conoce a sus habitantes. Se trata de Arkin (Josh Stewart): un antihéroe al que el azar -curiosísimo azar que hace coincidir a ladrón y asesino la misma noche- puso en el lugar del héroe. Hasta acá, todo bien.
¿Pero qué hace Dunstan luego de generar suspenso y desesperación? Poco. Más de lo mismo, aunque con un poquito más de recato y mayor pericia técnica. Si uno rasga el barniz nuevo se encuentra con gastados cimientos: la exhibición morbosa de tormentos, la falta de espesor de casi todos los personajes, la ausencia de verosimilitud general (¿todos los psicópatas asesinos tienen tiempo y ganas de armar mecanismos de tortura tan complejos?), la temprana declinación de la trama y hasta las ironías misóginas.
En una escena, el psicópata amenaza con arrancarle la lengua a la madre de la familia. Más tarde, le cose literalmente la boca. Arkin murmura para sí: “Le dije que no tenía que hablar”. Al margen: lo peor es que Dunstan sabe filmar. La cuestión es que lo hace sin salirse de las probadas fórmulas vejatorias. A verdadero terror: el de perder espectadores.