Duelo de actores
Especialista hasta ahora en comedias de enredos con excesos escatológicos, el director David Dobkin sorprende con este salto a una ambiciosa película que combina melodrama sobre una tensa relación padre-hijo, thriller judicial y romance con una narración que apuesta por un bienvenido clasicismo old-fashioned.
En el arranque, vemos a Hank Palmer (Robert Downey Jr.), un inescrupuloso, arrogante y exitoso abogado de Chicago, que suele lograr con múltiples artimañas que sus poderosos clientes salgan en libertad. "Los inocentes no pueden pagarme", le contesta a un colega con su habitual cinismo y desparpajo. Hank está a punto de divorciarse y, aunque es un padre ausente, está convencido de que logrará quedarse con la custodia de su hija de 7 años.
En medio de un caso, recibe una noticia inesperada: su madre ha muerto. No tiene, por lo tanto, más remedio que volver a su pueblo natal de Carlinville, en Indiana, al que había jurado no regresar jamás. Enemistado con todos, pero muy especialmente con su padre, el juez local Joseph Palmer (Robert Duvall), asiste al funeral mirando (y mirado) de reojo, entre la culpa y la incomodidad. Se reencuentra en un bar con su novia de juventud (Vera Farmiga) y, cuando está listo para salir volando del lugar, un incidente lo obligará a quedarse bastante más tiempo del que había pensado.
Así, el drama sobre familia disfuncional se abre hacia el terreno judicial a-lo-John Grisham con el hijo tratando de defender a su padre, que, además de acusado por un crimen, está gravemente enfermo, lleva 42 años en el cargo, es una eminencia en el pueblo y está obsesionado con su "legado". Todo eso ocurre en los primeros minutos del film, ya que luego viene el largo juicio que obligará a profundos replanteos no sólo entre Hank y su implacable progenitor, sino también con sus dos hermanos (Vincent D'Onofrio y Jeremy Strong).
Dobkin aborda demasiadas subtramas y vueltas de tuerca que no conviene adelantar, y no todos los conflictos son resueltos de forma convincente (hay estereotipos y lugares comunes en los planteos), pero cuando la película parece trastabillar, aparecen los notables actores para rescatarla e insuflarle una credibilidad y una hondura psicológica que el esquemático guión no tiene. Más allá de sus clichés y sus excesivas derivaciones, estamos ante un duelo actoral de primer nivel con dos intérpretes de características opuestas (un Downey Jr. más expansivo y un Duvall más contenido), pero igualmente brillantes en su pirotecnia verbal. Son sobre todo ellos y los actores secundarios quienes terminan haciendo de El juez un film valioso e intenso.