A la medida de Duvall y de Downey Jr
“El juez” se mece y se estremece a merced del huracán Robert Downey Jr. Él arrastra la película, le marca el tono, la acelera o la ralentiza. Es un proyecto tan personal que se encargó de producirlo junto a su esposa, Susan. Hank Palmer es un personaje que Downey Jr. se calza como un traje de Armani. Cínico, atormentado y brillante. Así es Hank y así hemos aceptado a Downey Jr., sobre todo porque es un actor extraordinario al que da gusto apreciar.
Claro que para que “El juez” funcione Downey Jr. necesita a su némesis, y allí está Robert Duvall, octogenario, sabio e inoxidable. Las escenas que comparten son muchas y constituyen lo mejor de la película de David Dobkin. También revelan que la historia fue pensada y escrita para ellos. Los Palmer, padre e hijo, están en el baño, bajo la ducha. Hank auxilia a Joseph. Es un pasaje dramático, pero también gracioso. Hay tensión y a la vez mucho amor.
Semejantes actuaciones sostienen un relato extenso (casi dos horas y media), por momentos de trazo grueso en el subrayado de situaciones a las que hubiera salvado una viñeta. Pasan muchas cosas en “El juez”, demasiadas; pequeñas tramas paralelas en las que se metieron Dobkin y los guionistas Nick Schenk y Bill Dubuque y que debieron solucionar a las apuradas.
El drama familiar de los Palmer corre en paralelo con el proceso que afronta el patriarca del clan. Dobkin incursiona entonces en ese subgénero tan transitado que es el de “películas de juicios”. Ahí entra en escena Billy Bob Thornton en la piel de un fiscal durísimo y Downey Jr. apela a todos los artilugios legales que conoce para salvar a su padre. Desde la elección del jurado a la lectura de la sentencia, Dobkin recorre religiosamente todos los clichés conocidos en la materia.
Se habla de “El juez” como de una futura aspirante al Oscar. Puede que en los roles actorales se mezcle en la pelea grande. Esa es la fortaleza de una película que estaba para mucho más.