Choque de lugares comunes.
Desde el título, El Juez, tiene un planteamiento genérico, como si no hubiera escape a la menor de las inflexiones, ni siquiera las más ligeras que podrían pensarse para desarrollar la premisa de un abogado de la gran ciudad (Robert Downey, Jr.) en camino a su pueblo natal para asistir al funeral de su madre y enfrentarse con los demonios de su niñez y adolescencia, casi todos generados por su padre, un juez septuagenario (Robert Duvall), quien en la noche del entierro atropella a un hombre al que condenó años atrás.
La continuidad de situaciones no es más que un desenvolvimiento de pase de facturas, de achaques, rencores y muchos otros motivos de los dramas familiares, género al cual Hollywood inocula sus modos particulares, sin distanciarse considerablemente de las estructuras narrativas básicas. Lamentablemente el director David Dobkin (Los Rompebodas) se aferra con fiereza a las recetas tradicionales, sin aprovechar -por ejemplo- los componentes actorales, quizás los más fuertes (al menos en una primera mirada superficial) por tratarse del hombre del momento para la industria del cine estadounidense, Robert Downey Jr., y de una leyenda de los últimos cuarenta años, Robert Duvall. También por tratarse de un choque de estilos: mientras el protagonista de la saga Iron Man derrocha histrionismo, el actor de El Padrino lo confronta con sutileza. Ni siquiera el séquito interesante de secundarios como Vincent D’Onofrio, Vera Farmiga y Billy Bob Thornton (el más desperdiciado de todos) permiten descarrillar mínimamente de la prolijidad de la historia.
El Juez ni siquiera aprovecha la iconografía del film de juicios, porque le importa simplemente desplegar los clichés de las familias fracturadas y es así que el caso judicial se pierde en escenas desganadas, como si fueran puentes para llegar rápidamente a las tensiones “puertas adentro” de los personajes. El cine clásico de Hollywood (con el que dialoga este film) si se caracterizó por algo fue por contar historias que a su vez tuvieran un correlato, el cual operaba de manera invisible, como acompañante silente. Dobkin invierte este procedimiento, la historia que tendría que progresar tácitamente se hace carne de manera grosera y empuja a la marginalidad narrativa a la otra. Tampoco las subtramas (en especial la de Downey Jr. y Farmiga) apuntalan a la historia principal, sino que aportan más lugares comunes. Si no había un escalafón más subterráneo a las transposiciones de los mamotretos literarios de John Grisham, El Juez lo ha creado.