Justicia de intérpretes
El juez es un drama predecible y con clichés, pero las interpretaciones de Robert Duvall y Robert Downey Junior salvan la película.
El reencuentro entre padre e hijo es el gran mito sensible del cine estadounidense. No importa el género: puede ser una batalla galáctica (La guerra de la galaxias), una aventura en búsqueda del Grial (Indiana Jones 3), el encuentro de un beisbolista fantasma con su hijo (El campo de los sueños) o la reconciliación obligatoria que tendrá lugar entre un padre éticamente severo y uno de sus hijos, el más rebelde y el único signado por diferenciarse de sus orígenes, como sucede en El juez. La insistencia en el tema es notable, la eficacia simbólica de este tipo de películas un misterio casi universal.
Robert Downey Jr. compone a un abogado exitoso y sin escrúpulos cuyo matrimonio está en crisis. Su único interés fuera de lo económico es el amor por su hija. La ley y la ética son dominios inconmensurables en su praxis profesional, pues sólo pagan bien los que más tienen. En medio de un juicio, se entera del fallecimiento de su madre y debe volver a Indiana, lugar que desprecia conscientemente. Volver al hogar dista de ser aquí un emblema del paraíso: la distancia con su padre (Robert Duvall) es abismal, algo que se repite en menor medida con sus dos hermanos. Pero algo inesperado sucederá con su padre, quien de ser un juez respetable por más de 40 años pasará a ocupar el lugar de los acusados. Lógicamente, será un hecho jurídico el que cambiará todos los vínculos entre los personajes y el que empujará a la película a revivir el mito sagrado.
Un director de comedias como David Dobkin prueba con el drama y elige todos los lugares comunes del catálogo hollywoodense en materia de sensiblería profunda: la música, las elecciones de iluminación, los encuadres, los diálogos, nada escapa en la puesta en escena a reproducir los trucos que disparan las emociones que se pretende tanto explotar como reivindicar. Pero si El juez no se convierte enteramente en cine chatarra para adultos se debe a la notable labor de sus actores, que mitigan el lugar común a través de un compromiso dramático ostensible.
Tan sólo una escena que transcurre en un baño entre Duvall y Downey Jr. justifica la entrada. Es que en ese pasaje la propia materia del cuerpo de Duvall vence a la pantomima de hondura psicológica; la vejez no se actúa, se impone, y el cuerpo no miente. Y no son ellos solamente los artífices de estos instantes de verdad; el gran Vincent D'Onofrio y Jeremy Strong, como los otros dos hermanos, o la vieja novia del pueblo interpretada por Vera Farmiga, suman en esa dirección. Afortunadamente, lo que sucede en la interacción es más poderoso que los dictámenes del guion. Y es justamente allí donde El juez encuentra su redención y una amable justicia cinematográfica. Dos gestos, una mirada pueden ser más relevantes que contar una historia y perpetrar un mito del que nadie duda.