Juegos, trampas y dos personajes no muy interesantes
El jugador (2016) es un intento del cine nacional por abordar un género que le es ajeno: el de apostadores y estafadores en el que las traiciones están a la orden del día. El intento es loable pero el resultado parcial.
La historia se centra en el Hotel Provincial de Mar del Plata e incluye por supuesto al Casino. El film parece ser una excusa para promocionar al hotel y sus alrededores con lentes que resaltan la profundidad de las instalaciones y sus variadas comodidades. En su interior transcurre el argumento, en el que Sergio (Pablo Rago), un vividor de su adinerado abuelo (Oscar Alegre) hace negocios junto a su amigo Dan (Esteban Bigliardi) y su novia Belen (Guadalupe Docampo). En el medio está su hermana Paulina (Lali González), quién pretende salirse del mandato familiar y se junta con Alejandro (Alejandro Awada), un jugador retirado y ex empleado de su abuelo, con el fin de sacar tajada del asunto. En el medio no faltarán traiciones y la astucia de cada uno de los personajes para engañar al resto.
La película escrita y dirigida por Dan Gueller y basada en la novela de Fiódor Dostoyevski, traspuesta a una turística y nocturna ciudad de Mar del Plata, nunca tan alejada de su imagen familiar, construye dos personajes contrapuestos desde la gráfica de la película: el de Alejandro y el de Sergio. Sobre el de Alejandro Awada reposa su narración, dándole un protagonismo absoluto. El actor de Mecánica popular (2015) intenta darle matices a su papel, un solitario perdedor, vaso de whisky en mano y de pocas palabras, que sólo sabe jugar a la ruleta donde se destaca con maestría. Un tipo que no tiene nada que perder y en su desgano expone una habilidad extraordinaria para tratar con toda clase de maleantes abocados a los negocios ilegales.
Por otra parte está Sergio, el personaje que interpreta Pablo Rago, ese niño rico que no se conforma con vivir del riñón de su familia (su abuelo en este caso) sino que intenta sacar ventaja haciendo negocios por su lado. A su alrededor se encuentran su amigo y novia, que tienen la misma actitud frente a la vida: vivir del otro. En ese rol prepotente y engreído, Rago adquiere una pose soberbia de tipo violento y sin escrúpulos.
Pero ambas actuaciones no alcanzan para sostener un relato que carece de carisma y no es culpa de los actores. Al guión le falta ritmo narrativo para sostener los diferentes giros de la trama que no escatima en traiciones ni cambios bruscos de manos en cuanto a dinero se refiere. Hay un intento de imprimir humor en varios pasajes de la película que no terminan de ser eficaces y condenan a la trama y sus personajes carentes de objetivos vitales, a deambular por los pasillos del legendario hotel.
En definitiva, tenemos una película con aciertos parciales: La noche marplatense es un hallazgo en la construcción de un imaginario taciturno, en una ciudad de paso utilizada para los negocios de crápulas de turno como escenario de la novela de Dostoyevski. El clima noir está buscado, con la oscuridad, los espacios arquitectónicamente compuestos y la música de jazz. Lástima que el guión no pueda reflejar mejor desde sus criaturas este tono existencialmente fatalista.