Es un placer verlo tranquear a Denzel Washington, actor de enorme presencia que hace intenso y creíble cualquier relato tenso y difícil. Esta vez vuelve con un personaje que había estrenado hace cuatro años: un ex agente, solitario, viudo, recordador y melancólico, que dedica sus últimos afanes a limpiar de canallas sus zonas cercanas. Trabajo, le sobra. Su formación militar lo hace infalible. Es un tipo sin afectos y de pocas palabras que sólo tiene un plan: hacer justicia por mano propia. Sereno, sensible, perspicaz, este remisero es menos anotador que el que te dije, pero más directo y peleador. Su olfato y sus deducciones son perfectos. Su misión es ir solucionando temas puntuales sin avisar a nadie. Y volver a su casa vacía.
El libro tiene lugares comunes, por supuesto, porque no hay nada nuevo en esto de sumergirse en el barro de un mundo donde los dólares y la droga gobiernan todo. Lo que vale es disfrutar del oficio de Fucqua, un director que mejora cualquier escena. El ritmo, el diálogo, la banda sonora,la fuerza que le imprime a cada escena, las actuaciones, todo ayuda a sostener un relato que no aporta nada nuevo, pero que a los amantes del cine de acción los dejarán más que satisfechos. Lástima que la escena final, innecesaria y larga, le baja algunos puntos. Pero no llega a estropear el acabado profesional de un film concentrado que hasta se permite abordar sin tropiezos algún subtema (el joven vecino tentado por la droga) y que tiene, como dijimos, al gran Denzel Washington mirando desde el espejito de su remise las muchas caras de un mundo que viaja hacia lo peor.