Secuela por mano propia
¿Merecía un thriller de acción tan pedestre como El justiciero (The Equalizer, 2014) una secuela? El justiciero 2 (The Equalizer 2, 2018) reúne nuevamente al director Antoine Fuqua, el guionista Richard Wenk y la estrella Denzel Washington para continuar las aventuras del misterioso justiciero McCall, pero la película convida más de lo mismo sin elevar el concepto ni agregar nada nuevo sobre el personaje o su mundo.
McCall (Washington) es un ex agente especial que dedica su austero retiro a hacer justicia por mano propia, cumpliendo favores para gente tan humilde que la mayoría de las veces ni se los pide. Ya sea recorrer medio mundo para rescatar a una niña de criminales turcos o repintar el grafiti de una pared, McCall está al servicio de quien lo conmueva. Su altruismo es balanceado por la condescendencia paternal con la que trata tanto a sus amigos como enemigos.
No hay trama central per se, más bien un listado de cosas que McCall tiene que hacer, ninguna particularmente más importante que la otra. La cantidad de subtramas es un problema porque redunda en una historia desenfocada y casual, extendiendo tediosamente una película que no tiene centro. Para cuando todas las tramas terminan (sin necesariamente confluir) la suma es tan ridícula como pretenciosa.
Quizás el ridículo va con el territorio de la película, a pesar de que se toma a sí misma muy, muy en serio. Como su antecesora, El justiciero 2 se basa libremente en la homónima serie de los 80s. Fiel a la década, la secuela parece haberse inspirado en los clichés que solían motorizar las cansadas franquicias de los 80s que ya no sabían que inventar para entretener a sus héroes: vengar la muerte de un viejo aliado, enfrentar fantasmas otrora mencionados, apadrinar un chico rodeado de malas influencias y orientarlo hacia el bien.
La única justificación posible que explique la existencia de la película es la presencia de Denzel Washington, un protagonista efectivo y carismático, y la mano de Antoine Fuqua. Si el guión de la secuela no eleva el concepto de la original, la dirección eleva el guión de Richard Wenk. Fuqua dirige con estilo y mesura: sabe crear atmósfera y mantener tensión. Las escenas de acción son pocas pero intensas y todas ocurren en una clave entretenida. Quizás aún cebado tras realizar la remake de Los siete magníficos (The Magnificent Seven, 2016), ha decido fotografiar la película como un Western idolatrando a su estrella. Esto es evidente desde la primera escena, en la que McCall pelea en el bar de un tren, y en el espectacular, tétrico clímax ambientado en un pueblo fantasma en proceso de ser azotado por un huracán.
Los mejores momentos de El justiciero 2 - propulsados casi exclusivamente por su protagonista y la estética que lo ornamenta - quedan desperdiciados en una película que confunde personalidad con pretensión, en una historia demasiado frívola como para merecer el talento que la ha fraguado.