La secuela de “El justiciero” muestra a Denzel Washington atravesando nuevas aventuras tratando de vengar la muerte de un ser querido. A la vez, se ocupa de ayudar a sus vecinos y conocidos a mejorar sus vidas. Un policial que apuesta al clasicismo, funciona, pero no termina de brillar.
Denzel Washington encarna otra vez al personaje que da título al filme, una suerte de superhéroe que no lo es (o, al menos, no lo es del todo) y que funciona, como el título local lo dice, como uno de esos justicieros que entienden que es justificable, muchas veces, hacer justicia por mano propia. En casos como éste, uno jamás desconfiaría. No solo porque Robert McCall parece ser el tipo más bueno, sabio y justo del mundo. Sino porque, bueno, es Denzel. Y, al menos de las películas, Denzel puede ser violento pero casi siempre es bueno, sabio y justo. Y letal.
En la línea de ensamblaje del cine de género clásico, Washington es el menos problemático de los héroes, acaso junto a Tom Cruise. Otros, como Liam Neeson o Clint Eastwood, ocultan dobleces o zonas oscuras que Denzel no tiene (no pun intended) ya que él, acaso por esos mismos asuntos, debe siempre tener motivos nobles e intenciones claras. Eso queda en evidencia en la primera escena, en un tren rumbo a Turquía, en donde McCall despacha a una banda de turcos con cara de turcos malos de película porque uno de ellos le secuestró la hija a su esposa norteamericana.
Este Santa Claus de los vengadores tiene otras causas nobles de las que ocuparse: un anciano sobreviviente del Holocausto que insiste en que su mujer está viva en alguna parte, una chica que es violada y agredida en una fiesta de millonarios y, especialmente, un joven afroamericano, talentoso dibujante, a quien trata de darle tareas artísticas para que no se deje llevar por “las malas influencias”, actuando casi como un padre sustituto para él. “No te quedés en las esquinas”, le dice. Y se entiende cuál es su misión ahí.
Pero para que haya una película de acción tiene que haber una trama mas grande, internacional, con espías, operativos secretos, doble agentes y muertes en diversas locaciones. Y allí va McCall ante una situación, que no adelantaremos, pero que fuerza su presencia y acción. Hay unos asesinatos en Bruselas que investigan sus viejos compañeros y amigos de sus tiempos de agente de la DIA (Melissa Leo, su marido Bill Pullman, Pedro Pascal y otros), más muertes posteriores, y McCall debe descubrir y liquidar a los culpables. Como siempre. Como eternamente. Como en la misma película que hace cien años se viene filmando una y otra vez.
La diferencia entre todas ellas está en los logros puramente cinematográficos de cada una. Y el combo Washington-Antoine Fuqua usualmente cumple, rinde, dignifica. El es un sólido director de violentas películas de acción, westerns y algunos dramas. Y con Washington se entienden a la perfección. Ambos eligen la acción seca, el suspenso efectivo, las tramas relativamente simples. Recuerdan, si se quiere, a la línea policial de Don Siegel con Eastwood en los ’60, pero con menos dobleces, salvo en DIA DE ENTRENAMIENTO.
Y si bien todos los elementos funcionan como deberían funcionar, lo que falla en EL JUSTICIERO 2 es que esa falta de dobleces termina volviendo al material previsible y hasta cansino. Denzel pasa de ser un señor bondadoso que ayuda a los vecinos a un asesino furioso y luego vuelve al barrio a pintar una pared graffiteada o a leer a Proust en un sofá. No llega a la altura de un “sabio zen” al estilo de Forest Whitaker en GHOST DOG sino que se acerca más al guardia de seguridad de un country que ayuda a las ancianas a cruzar una calle y luego dispara salvajemente si viene un ladrón. Sin términos medios.
Intermitentemente la película sube el ritmo, especialmente en las persecuciones (el trabajo “oficial” de McCall es manejar un Lyft, una empresa tipo Über, que parece haber puesto un buen dinero para publicidad en la película), en las escenas de suspenso (como una que tiene lugar en su casa con su “aprendiz” mientras él no está ahí) y en la secuencia final, que más allá de cierta buscada confusión visual (la secuencia transcurre en una ciudad abandonada en medio de un temporal) tiene reminiscencias más de western y de película bélica que de policial urbano. En ese final, Fuqua y Washington son conscientes de la relación y parentesco (curioso y cinéfilo, pero parentesco al fin) entre el actor y John Wayne, otro justiciero de armas tomar, y la película concluye como un homenaje a una escena clásica de Wayne con John Ford. EL JUSTICIERO 2 no tiene la intensidad, emocionalidad y esos “dobleces” que hacen de ese personaje y esa escena un clásico –ni siquiera significan lo mismo en términos narrativos– pero la imagen es fuerte. E icónica, en más de un sentido.