El Justiciero 2

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

UN HOMBRE APARTE

El de Robert McCall no es el primer personaje interpretado por Denzel Washington que ejerce la justicia por mano propia, tuerce las reglas a su antojo o las pone en crisis desde el cuestionamiento. Ahí tenemos films como Día de entrenamiento, Malcom X, John Q, Deja vu, Hombre en llamas o Protegiendo al enemigo, que constituyen en su conjunto una marca de fábrica de un actor siempre dispuesto a ponerle el cuerpo a personajes ambivalentes y problemáticos. El justiciero fue el paso inicial para traducir esa marca, esa huella actoral y hasta autoral, en una franquicia.

Lo cierto es que la adaptación de la serie de los ochenta funciona como un modelo a repetición –indudablemente serializado- que habilita numerosas entregas con ligeras variantes entre sí. El justiciero 2 elige profundizar en el pasado de McCall e indagar en cómo distintos sucesos de su pasado lo llevaron a un presente solitario, en el cual sus formas de conectarse con su entorno social se dan a través de instancias puntuales de ayuda a los demás. Durante gran parte del metraje (especialmente en la primera mitad) el film de Antoine Fuqua busca ser más un drama policial que una de acción estándar, tomándose unos cuantos minutos para activar el disparador del conflicto –la misteriosa muerte de una amiga de McCall, donde se pueden rastrear las huellas de viejos conocidos del protagonista- y posteriormente mostrar todas las cartas.

Esa decisión de avanzar con un ritmo pausado en el retrato de la cotidianeidad personal y laboral de McCall –un tipo que parece capaz de llevarse bien con todo el mundo y a la vez ser un solitario empedernido- posee una cierta dosis de sabiduría, representa una continuidad respecto a la primera entrega y ubica a la secuela en un terreno adulto que evoca tonalidades setentosas. Sin embargo, se nota que Fuqua no llega a confiar del todo en sus propias herramientas como realizador o en el guión de Richard Wenk –que cae en unos cuantos momentos sentenciosos-, por lo que termina descansando en la presencia de Washington para construir el núcleo sensible del personaje. Y hay que reconocer que Washington puede sacar agua de las piedras, trabajando desde la corporalidad el carácter dual de McCall, su violencia contenida tras actitudes nobles, formas amables y rutinas intelectuales.

Hay una secuencia corta pero potente, en las afueras de un típico hogar de esos suburbios de clase media alta, donde McCall tiene un diálogo con los que ya han quedado definidos como sus antagonistas. Es una conversación con actitudes corporales simples y relajadas, casi de buenos vecinos, pero cuyo contenido es violento y brutal, y donde McCall muestra que, aún con sus modales civilizados, puede ser tan o más sorete que sus enemigos. Es también un ejemplo de las potencialidades de la película que no terminan de estallar por completo, porque a partir de ahí el relato se ocupa mucho más de la tensión y la acción, hasta llegar a un duelo final pletórico en salvajismo, filmado con efectividad (porque es claramente el territorio donde Fuqua se siente más cómodo) pero sin ambiciones. El justiciero 2 es una secuela correcta, que sin embargo, cuando reflexiona sobre las consecuencias de los eventos pasados en el presente, no va mucho más allá de la superficie.