Retomando un tipo de personaje que supo construir relatos en los años setenta del siglo pasado, y también en los primeros ochenta, y que tuvo recientemente su primera aparición encarnado por Denzel Washington, “El justiciero 2”, de Antoine Fuqua, logra el equilibrio justo entre tensión, acción, y suspenso, sin evitar plasmar una marca de autor.
Buceando en la misteriosa muerte de una colega, Robert McCall (Washington) comenzará a lidiar una vez más con asesinos y gente que creía de su lado, pero que demuestran, una vez más, que nadie puede confiar en nadie.
Tras años de mantenerse en las sombras, estableciendo relaciones de amistad y honestidad con sus vecinos, y hasta intentando luchar para que los más jóvenes no se vean envueltos en la oscuridad, McCall verá trastocar su aparente equilibrio de un momento para otro. Hábilmente, el director reposa su mirada y lente en una inteligente construcción de vínculos entre los personajes, se toma toda la primera parte de la historia para avanzar lentamente en esto.
Fuqua quiere cimentar el relato, con un contexto sólido y verosímil para que luego se desencadenen una serie de sucesos que atravesarán al protagonista, de una manera irreversible, y en consecuencia, a todos aquellos que lo rodean.
Washington compone a McCall con solvencia, con mínimos y cuidados gestos, sumando la particularidad de posicionarse en un momento de la vida del protagonista en la que nada está librado al azar y la suerte.
Si continua con su lectura empedernida, un rasgo que se reitera en la narración, para lograr terminar con los 100 libros que se había propuesto leer en la primera entrega, ese motivo es destacado para solventar la sabiduría y sapiencia con la que se mueve en todos los planos. El personaje no es un justiciero más, es un vengador que piensa todos los pasos a seguir.
Si bien no tiene nada que perder, de hecho ya ha perdido a su mujer, su único y más preciado motivo de vida, el guion le sumará aparentes roles secundarios para que pueda avanzar en la historia y revelación.
McCall es un hombre que medita, que está atento al mínimo cambio de entorno, porque sabe, seguramente, que en esas modificaciones puede encontrarse el final de su tranquila, en apariencia, vida.
Manejando un auto respondiendo a una aplicación simil Uber, su trabajo como “chofer” no hace otra cosa que reivindicar su figura de vengador anónimo, algo que si bien en la primera entrega fue más trabajado, en esta oportunidad sus acciones de buen samaritano terminarán cuando se vea envuelto en una traición que llevó a la muerte a su amiga y colega.
Lo que sigue es un raid de sangre y violencia que terminará en un épico enfrentamiento en medio de una tormenta, volviendo a afirmar que nada ni nadie se interpondrá entre él, los suyos, y sus objetivos.