Tiene que ser una comedia. Sí, esto es una comedia
Denzel, como todos los negros, nunca envejece. Es el mismo Denzel de El Vuelo (y de hace 30 años) pero sin falopa y alcohol encima.
El tipo trabaja en una suerte de Easy y se lleva bien con todo el mundo. No solo que se lleva bien sino que acoge a algunos bajo su ala protectora. A un gordito buenudo y simpaticón lo entrena para que pueda cumplir su sueño: ser guardia de seguridad de la tienda. Nada como tener uniforme y vigilar las góndolas de jardinería. Pero el gordito se hace trampa y mete papas fritas en el sándwich. Su otra prueba terrible a desafiar: arrastrar un neumático unos metros. Lo que hay que hacer para ser guardia. No cualquiera.
Denzel es medio máquina, no duerme, casi que no come, pero toma té, siempre el mismo, en saquito pero sin la piola. ¿A quién se lo ocurre? Lo más incómodo del mundo, ¿cómo carajo lo sacas de la taza? En fin. Pero es Denzel.
Como decíamos, todas las noches de insomnio va a una cafetería a leer las grandes obras de la literatura mundial, los 100 libros que, según su difunta esposa, hay que leer antes de morir, Hemingway, Mark Twain, etcéteras. Ella llegó al 97. Saquen los violines.
Y ahí, tomando té sin piola, conoce a Chloe Moretz (Chloe, yo sabía que te iba a pasar esto; iba a venir a algún boludo y te iba a disfrazar de gato barato, para empezar a ratonearnos con tus curvas, tu sensualidad, tu todo –como si ya no lo viniésemos haciendo hace unos 7 años–).
Chloe es una prostituta rusa regenteada por unos rusos malos con muchos tatuajes y escasa habilidad con las armas. Pero Chloe quiere ser cantante y Denzel le dice que vaya por eso, que podemos ser cualquier cosa que queramos en esta vida. Bucay y toda la avanza de la onda autoayuda de los últimos veinte años, un porotito.
Pero a Chloe le gusta la guita y sigue troleando, hasta que un día termina en el hospital, golpeada, por los puños, por la vida misma.
Denzel Washington, como todos los negros, nunca envejece.
Y Denzel, el justiciero anónimo, no duda en hacer de esa su lucha personal. Se despacha a toda la mafia rusa y, en sus ratos libres, labura en el Easy y sigue entrenando al gordito.
Pero claro, es la mafia rusa. Entonces vienen más rusos con cara de malos, bigotes raros, muchos tatuajes de calaveras y demonios y, nuevamente, poca habilidad con las armas. Es que Denzel se metió con una red de prostitución, narcotráfico, armas, etc.
En el medio, una visita a Melissa Leo y Bill Pullman (son de la CIA o algo así), gran excusa de directores virtuosos para explicarte, en una conversación de 30 segundos, lo que nadie supo comunicar durante toda la película. ¿Quién catzo es el negro este? ¿Qué onda con la esposa que leía los grandes clásicos? ¿Quiénes son en verdad estos rusos bufarretas? Melissa Leo tira magia con un par de miradas y líneas seriotas y ya confirmamos que Denzel es un capo.
Y, como buen capo, se termina cargando solo a todo el cartel (o como se le llame en Rusia). Hay una escena antológica en el Easy: una suerte de coreografía en la que Denzel perpetra los asesinatos más delirantes (pudiendo simplemente haber disparado su arma), valiéndose de bocha de artículos del mall. Eso, señores, es hacer uso de los recursos.
Y los rusos que parece malísimos pero terminan engatusados como colegialas traídas de la triple frontera. Tremendo.
Y todo pero todo con mucho ralenti, humo y lluvia que cae. Genios.
Una vez rescatada la ex prostituta Chloe (ahora canta, tiene un trabajo “normal” y lee; oh sí, Denzel incluso contribuyó con su alfabetización), nuestro último gran héroe se va contento a su casa, habiendo cumplido la misión de rescatar un alma en pena.
Final: nos damos cuenta de que Denzel se dedica a esto y tiene una página web en la que personas en apuros escriben buscando ayuda. Los Simuladores meets Guy Ritchie meets Miguelito Bahía: la comedia del año. Porque es una comedia, ¿no?