Por mano propia
En El justiciero, Denzel Washington encarna a un tipo con pasado oscuro que debe enfrentarse solo contra un montón de peligrosos delincuentes.
Con el estreno de El justiciero, regresa una dupla que en su momento supo dar buenos dividendos en la pantalla grande. El director Antoine Fuqua y la mega estrella Denzel Washington la pegaron (cada uno en su rol) en el año 2001 con Día de Entrenamiento, una película que le permitió al actor afroamericano posicionarse como un exponente del cine de acción y encima en el papel de malo (su trabajo le valió el Oscar). Los condimentos eran sencillos pero bien puestos: violencia de barrios bajos, policía novato contra policía veterano y corrupto, y una road movie urbana de 24 horas. En este nuevo trabajo que encararon juntos el primer elemento cobra una preponderancia mayor, porque la crudeza de algunas escenas pueden resultar incómodas para cierto público, aun en tiempos donde ya es costumbre ver sangre a raudales.
El protagonista es Robert McCall, un tipo con pasado en las fuerzas armadas que se retiró para llevar una vida tranquila y ganarse el pan a través de un trabajo rutinario. Pero en un bar frecuenta a una joven prostituta que tiene problemas con la mafia rusa, y para ayudarla saca a relucir todo lo aprendido en materia de asesinatos. Basta un botón de muestra para que se desate una guerra que lo tiene a él como único integrante del “bando bueno” y a un montón de delincuentes del otro lado. Y cada vez que liquida a alguien, la cámara se regocija mostrando detalles y planos bien gráficos de los métodos y formas que McCall desempolva.
Remake. El filme está basado en una serie de los años 80 titulada The Equalizer, que en realidad es el título original, y la idea central se respeta. Cuando el personaje y sus habilidades explotan, seguramente vendrán a la cabeza del espectador personajes como Jason Bourne o el agente que interpreta Liam Neeson en Búsqueda Implacable: indestructibles, con diez mil variantes para zafar y para liquidar enemigos.
Al actor, quien al igual que Liam Nesson anda por los 60 pirulos, todavía le da para llevar adelante estos roles que combinan tranquilidad y pasmo con arranques de furia y violencia. Se trata de una producción que cumple aceptablemente su cometido de entretener a quienes gustan de las secuencias crudas y de, valga la repetición, justicieros que de la nada ponen las cosas en su debido lugar.