Justicieros de ayer y hoy
Acomodado desde hace algunos años en el lugar del hombre de acción, un poco corrido hacia la derecha (y no de la pantalla), si algo podemos defenderle a Denzel Washington -gran actor dramático que funciona de igual manera en películas físicas como esta-, es que sus personajes de armas tomar no carecen de complejidad y hasta se anima a interpelar el sentido de justicia en películas donde el arte de matar al otro no siempre es algo placentero y conlleva dilemas. Incluso, muchos de esos personajes que interpreta son antipáticos y hasta desagradables, contradiciendo un poco el lugar de seguridad que toda estrella de Hollywood gusta guardarse para sí dentro de la industria. Daría la impresión de que Washington agarra aquellos papeles que otros no se animan a hacer. El justiciero, adaptación de una serie de TV bastante exitosa en los 80’s, es otro paso más en ese sentido, y uno bastante irregular dado que el director Antoine Fuqua nunca parece encontrar el tono adecuado para su película.
Cuando mejor funciona El justiciero, es durante su primera hora, allí donde el personaje principal es trazado con sutilezas y haciendo un recorte bastante detallista de sus obsesiones y actividades. La película es durante ese tiempo un policial oscuro, urbano, donde hay espacio para trabajar los diálogos con sensibilidad y llamativo reposo -como en esos encuentros entre Washington y Chloe Grace Moretz- y donde campea un aire de melancolía absoluto. Luego, cuando el giro que el tráiler anticipaba haga su aparición en escena, el film irá virando lentamente hacia una estética ochentera (con superficie áspera setentera) y se convertirá en una revitalización de aquellas películas de justicia por mano propia, de venganza violenta y estilizada, un poco entre solemne e hiperbólica, pero sin la suficiente distancia como para hacer de eso una operación autoconsciente.
Solemne porque la recurrencia a ralentis, una música pesada y grave, y encuadres que glorifican la construcción de ese héroe individual determinan que la película quiere hacer una especie de apología de ese hombre común (que no lo es tanto, en el fondo), que se saca de encima a los malos con las herramientas (nunca mejor dicho) con que cuenta en la enorme ferretería donde trabaja. El justiciero parece querer decir algo sobre un héroe de la clase trabajadora, una relectura en clave cómic un poco a lo El protegido de Shyamalan, pero se excede en grandilocuencia cuando lo que se está viendo es un enorme disparate (la última media hora es un festival reaccionario de asesinatos gore). Esa grandilocuencia le quita el humor a las imágenes (algo que sabían muy bien Los indestructibles 1 y 2), las hace más pesadas, menos complejas o lúdicas, y por lo tanto, repudiables en su explicitud celebratoria de la violencia cercana a la pornografía.
Washington y Fuqua, que ya habían trabajado juntos en la notable Día de entrenamiento (hasta ahora la única obra interesante del irregular Fuqua), una película donde la violencia también era cruenta, pero donde la historia se hacía cargo de la ambigüedad que sus personajes representaban en ese duelo entre el cinismo adulto y la ingenuidad virginal. Es claro que El justiciero es la obra de un tipo que ya aprendió unas cuantas lecciones, y que copia de los que sabe, de aquellos directores de los 70’s que trabajaban la superficie de sus relatos aprovechando la aspereza: hay secuencias donde la violencia aparece en un saludable espacio off (Fuqua sabe cuándo tiene que impactar y cuándo funciona la sugerencia); hay planos y encuadres virtuosos que le aportan un toque de originalidad a la propuesta; no se precipita en lanzarse a la acción trabajando a su personaje principal con inteligencia y los tiempos del relato con sabiduría; y hay un villano (Marton Csokas) que se hace odiar y recupera para el género de acción la centralidad del malvado, que parece aquí como realmente indestructible. En los parámetros del cine de acción, es un buen film, sólido, con un ritmo particular y una superficie tensa.
Hay una frase clave en el film, que sin dudas intenta decir algo sobre la venganza y la justicia, y desde donde se puede notar lo fallido del asunto. En determinado momento Washington acude a una amiga con contactos estatales para que le aporte datos. Y es ella quien le dice que a veces “hacemos cosas incorrectas para obtener lo correcto”. Parece que la película va a decir algo importante. Pero no. El problema de El justiciero es que cuando lo ideal sería que haga hincapié en lo incorrecto de la operación (la masacre, la venganza por mano propia), se preocupa más por lo correcto (arribar a ese acto de justica que motoriza al protagonista). Así termina justificando algo que por más caricaturesco que aparezca en pantalla, no deja de ser discutible y repudiable.