SHOW SOME SYMPATHY!
Immanuel Kant había propuesto una ética en la cual cada individuo debía considerar para actuar moralmente si su máxima podía elevarse a ley universal. Más allá de la discusión acerca de la moralidad -que yace con pocas respuestas en el seno de la industria cinematográfica-, la crítica cinematográfica tiene una máxima que podemos universalizar: hacer llorar es más fácil que hacer reír. Si acaso El laberinto (Rabbit Hole), dirigida por John Cameron Mitchell, puede extraer lágrimas de nuestros ojos no es lo que se tratará a continuación, aunque es menester reconocer que su temática -el dolor de un matrimonio por la muerte accidental de su hijo de cuatro años- se hace digna de esta secreción, aun cuando no lo logre ni tenga por qué hacerlo.
La pareja protagónica, Becca y Howie Corbett (Nicole Kidman y Aaron Eckhart), no ha podido superar la muerte de su hijo y, siguiendo la costumbre estadounidense, acuden a grupos de terapia para intentar elaborar el duelo. No obstante Becca es reacia a seguir dicho tratamiento, y su parecer tiene un fundamento relativamente sólido: otro matrimonio concurrente ( lleva ocho años en el grupo. La historia demostrará que cada cual tiene sus métodos para sobrellevar una pena, pero sin duda los de Becca resultan chocantes y antisociales -y en el caso de que no lo fueran, su incomprensión sólo profundiza el parecer de esta mujer-, ya que la premisa de la imposibilidad de una empatía verdadera respecto de su terrible pérdida maternal, hace imposible prácticamente todo tipo de ayuda externa. Incluso la de Nat, su madre (Dianne Wiest), quien no cesa de comparar el fallecimiento de su nieto con el de su propio hijo, hermano de Becca. En consecuencia, el carácter antisocial de la protagonista devendrá en el deterioro de sus relaciones -sin excluir la que mantiene con Howie-, que exacerba su ya poco amigable personalidad. Es en el encuentro del adolescente Jason (Miles Teller), que Becca podrá comenzar cierto cambio, ansiado tanto por ella como por su marido, quien opta por otros caminos casi contrapuestos a los de su esposa.
Los tópicos del film distan mucho de ser naïve y resultan ricos a la hora de un debate. Posiblemente, la riqueza conceptual (si bien no muy clara) del guión haya influido en la premiación con el Pulitzer que esta obra obtuvo en su original versión teatral, a cargo del también guionista de Cameron Mitchell, David Lindsay-Abaire. Sin embargo, las películas de JCM adolecen del problema de estar dirigidas por él (me basaré en Hedwig and the angry inch, no he podido ver aun la polémica Shortbus), y todo lo que en contenido y propuesta artística resulta interesante, es empañado por la errática o caótica organización por él dispuesta. El caos no resulta negativo de por sí, a menos que tal sea incluido en la unidad de la película en tanto concepto (visual, argumentativo, etc.). En esta producción, el director juega con la oscilación entre una cotidianeidad estereotipada y la disrrupción de la intromisión de los otros en la esfera individual, pero tal atractivo que se vislumbra en la primera escena es dejado de lado y una elección musical desatinada dan lugar a la sensación de inadecuación que no produce placer o, mucho peor, efecto alguno que pudiera distinguir a El laberinto de otras películas de su género. Eso mismo ocurría en Hedwig... y quizá no se trate más que de la impericia de un director caracterizado por su afán de escandalizar, y la destacable inclusión de dibujos que, en Rabbit Hole, merecen el crédito vital de reavivar muchos sentidos yacentes en un film inconstante.
La paradoja de El laberinto es que, pese a sus defectos, su estreno es bienvenido, pues escapa del drama tradicional, aunque lamentablemente sin éxito. Al considerarlo "serio", se ha hundido al género dramático en la más negra de las noches, lo cual dificulta la ampliación del espectro de público plausible de debatir sus películas con mayor luminosidad. Lo mismo suele acaecer -con la premisa opuesta- respecto de los llamados "géneros menores": se asume su finalidad meramente lúdica y se descarta toda opinión posible. El crítico debe entonces escoger entre el mérito contextual y la calidad interna de la obra. Como ambos son inseparables, el equilibrio es siempre una decisión personal que puede modificarse con el paso del tiempo, así como puede hacerlo determinado objeto artístico. Por eso, es la argumentación -con sus premisas- la que distingue una crítica de cualquier parecer personal. El hecho de que en Rabbit Hole se haya permitido mezclar el aura o bien, si se quiere, los "efectos" del contenido con la estética general de la estructura de la película, no llevó este film a buen rumbo. El desadecuado balance de los elementos es análogo a una comida algo pasada de sal, sabe rico, pero todas sus virtudes corren el riesgo de ser arrastradas por la desmesura.