EL NIDO VACÍO (Y EL ALMA EN PENA)
Luego de sus desprejuiciadas, provocativas e independientes (el musical gay/trans Hedwig and the Angry Inch y la porno artie Shortbus), el director John Cameron Mitchell ingresa en las “grandes ligas” y cambia por completo de registro con un melodrama clásico y puro basado en la obra del también guionista David Lindsay-Abaire que ganó el premio Pulitzer en 2007. El resultado es más que digno (evita caer en la explotación lacrimógena de una situación muy dura) gracias a una puesta en escena rigurosa que se sostiene en la solidez de la pareja protagónica, aunque al mismo tiempo hay algo de ostentación dentro de ese subgénero de cine-de-calidad-sobre-temas-importantes-para-ganar-premios. No les fue mal con esta apuesta, al menos en el caso Nicole Kidman, ya que obtuvo una nueva nominación al Oscar, entre varios otros reconocimientos.
El film describe las penurias de Becca y Howie Corbett (Kidman y Aaron Eckhart), un matrimonio que lleva apenas ocho meses tratando de hacer el duelo luego de la inexplicable muerte de su hijo de cuatro años (atropellado en la calle mientras intentaba rescatar a su perro). Lo que sigue es un tratado sobre el dolor, la culpa, la negación y la reconciliación, en el que se abordan sin sensacionalismo las distintas maneras que tienen ambos padres a la hora de elaborar la pérdida y de (intentar) curar de a poco las heridas.
Kidman recupera aquí parte de la expresividad perdida (en buena medida por la multiplicación de retoques de Botox), mientras que Eckhart ratifica su habitual versatilidad para trabajar en muy diferentes registros. Y quien merece también un aprobado por su “profesionalismo” es Mitchell. No será Nicholas Ray, es cierto, pero logra llevar a buen puerto su primera navegación por la producción con intérpretes famosos y presupuestos más generosos. Veremos hacia adónde apunta con su carrera, ahora que pasó de enfant-terrible a director de prestigio.