Hay películas que miramos con un contexto que condiciona lo que pensamos de ellas: no es lo mismo sentarse a ver algo si sabemos que es de determinado director o de uno ignoto.
Hay un horizonte de expectativas que los artistas construyen en torno a sus obras y que hace que los espectadores busquemos ciertas cosas que nos interesan en sus producciones.
Dicho esto, no es que El laberinto sea una película incorrecta, seguramente presiona todos los botones de la sensibilidad humana para que nos identifiquemos, el problema, para mí, es que es demasiado correcta, demasiado complaciente, demasiado convencional para quien la dirige. Esto no es per se algo malo, pero sí un tanto decepcionante.
John Cameron Mitchell sorprende en la elección de este film, muy políticamente correcto, con actores consagrados, nada arriesgado en lo formal…vaya a saber qué estaría pensando el director de Hedwig and the angry inch y Shortbus cuando se puso al frente de esta historia convencional y tradicionalista, donde los valores familiares burgueses prevalecen frente al caos.
Como si esto no fuera poco, uno podría quedarse con el trailer del film y allí ya están desarrollados todos los personajes: la madre alienada en su vida rutinaria, el padre también sufriente tratando de recuperar la vida en pareja, la abuela (Diane Wiest) dando consejos acerca de la superación del dolor, la relación entre la madre y el asesino involuntario de su hijo al que mira no con rencor sino proyectando la vida de su pequeño en la suya.
El laberinto trata acerca de la pérdida de la cotidianeidad asociada a la pérdida de un ser querido. O si es posible retomar esa cotidianeidad donde había sido dejada. Nicole Kidman y Aaron Eckhart entregan unas actuaciones que seguro conmoveran a muchos: llanto contenido y liberado de golpe, sin sonido humano, sólo con la música incidental (de la que se hace uso y abuso). Algunos toques de humor, como la sesión de ayuda de grupo en la que Eckhart y su nueva amiga están drogados, matizan todo el dramatismo de la situación retratada.
Pero allí en su primera producción quedaron los arriesgados juegos entre lo musical, lo visual (dibujos animados en medio del relato) y lo temático. Aquí nos encontramos con una versión edulcorada del potencial creativo de Mitchell: un libro de historietas acerca de los universos paralelos en lugar de la animación del mito platónico del andrógino, Nicole Kidman en lugar de él mismo travestido, la pérdida de un hijo en lugar de la búsqueda del amor verdadero…