Humana y dolorosa imagen de un duelo que nadie querría atravesar
Es cierto que a Nicole Kidman le cuesta encontrar buenos papeles. En los últimos años, esto se hizo más evidente y excepto "The hours" y "Eyes wide shut" (mis favoritas) -más alguna otra que podemos discutir, quizás "Dogville" o "The others"-, viene haciendo films de escaso valor artístico y también, poca suerte en la taquilla. Incluso más, "Rabbit hole"; si bien la llevó a estar nominada a un Oscar de la Academia, fue un completo fracaso en su país y en el resto del mundo (apenas arañó en recaudación la mitad de lo que costó), también. Sabemos que el gusto del público no es medida en muchos casos, para medir el nivel artístico de una obra. Pero algo indica. En este caso particular, "El laberinto" aborda un tema que no es fácil para cualquier espectador y es entendible que la gente no decida elegirla entre varios opciones: habla de la crisis de un matrimonio que perdió en un accidente a su hijo de cuatro años... Es un producto sólido y complejo, pero si uno no está predispuesto a entregarse a él, puede convertirse en un relato áspero y denso que agobia por su recorrido, un auténtico descenso a los avernos...
¿Es una buena película? Sí. Definitivamente. Aunque no es mi género favorito, es fácil de percibir que este trabajo de John Cameron Mitchell es un punto de inflexión en su carrera: recordemos, tuvo un promisorio debut con "Hedwig and the angry inch" (delirante carta de presentación, diría) y conmovió a la sociedad norteamericana con "Shortbus", destrozada por muchos críticos en EEUU y amada por este cronista (una ácida comedia sobre parejas cruzadas, hetersexuales y de las otras, ambientada en la Gran Manzana, plagada de escenas fuertes donde el sexo es protagonista excluyente)... Es un cineasta singular, intenso y original que sabe contar historias y en esta ocasión elegió una obra de teatro famosa ("The rabbit hole", escrita por David Linsday-Abaire y ganadora del Pulitzer en su categoría en 2007) para seguir alimentando su aura de director prestigioso, lejos del cine mainstream comercial y cerca de las realizaciones viscerales y controversiales. Cameron Mitchell cuenta historias que no son de fácil asimilación y su enfoque interesa, aunque requiere de cierto estado particular de ánimo para acercarse a él. Cuando se empezó a diseñar el guión, conseguir financiación no fue fácil, incluso Kidman tuvo que poner su nombre como productora para juntar fondos ya que el proyecto se preveía de difícil llegada al público masivo.
No es fácil conseguir dinero para rodar un drama.
Becca (Nicole Kidman) y Howie (Aaron Eckhart) son un matrimonio a la deriva. Hace unos meses, su pequeño hijo fue arrollado por un adolescente imprudente y sumió a la familia en un drama sin fin. A pesar de que el tiempo pasa, ninguno de los dos puede sobreponerse a lo sucedido. Cada uno intenta sobrevivir como puede a ese gran dolor. Becca está siempre taciturna, apagada, abstraida y de a ratos reacciona ante ciertos estímulos relacionados con los hijos de la peor manera... Está peleada con la vida y le cuesta mucho relacionarse con el mundo. Encima, choca con el resto de su familia (especialmente con su madre, Nat, brillante trabajo de Dianne Wiest, quien también perdió un hijo pero de mayor edad) cada vez que se cruzan. Tiene un bloqueo emocional que le impide conectarse con Howie y elaborar una salida a tanto dolor. Su marido sufre de igual manera, aunque sus emergentes para leerlo son de otra índole y reflejan otra manera de atravesar el duelo de la pérdida. Tanto Kidman como Eckhart le ponen mucha humanidad a sus personajes y en las escenas de abordaje verbal de la crisis, brillan con luz propia. Están bien dirigidos y transitan todas las emociones vibrando en la misma sintonía (se quieren y no encuentran salida a lo que les pasa), a tono con la profundida temática del film.
En definitiva, los dos se encuentran en una poderosa encrucijada, son incapaces de contener al otro (¿tanta angustia podría caber en un corazón humano?) y eligen caminos separados para enfrentar esa melancolía que muta en dolor puro y desesperanza de a ratos, haciendo estallar la pantalla. Becca irá en busca del asesino de su hijo (homicidio culposo, el joven responsable está libre) para vincularse de manera extraña con él y Howie explorará conocer a alguien nuevo que le permita descomprimir la oscura existencia que lleva. La ausencia del hijo enciende cada discusión y es representada con todos los matices compositivos que puedan imaginar. Y cada uno, adecuado al momento en que se produce.
La banda de sonido acompaña mucho de los poderosos silencios que "The rabbit hole" tiene y subraya los espacios donde sus protagonistas viven su dolor en silencio: es exacta y complementa las máscaras que Kidman y Eckhart juegan con oficio, la fotografía y el montaje están a la altura de lo esperable y el film se potencia en cada mirada de la pareja central. Eso si, es una película sobre el dolor y la esperanza, sobre los espirales sistemáticos que nos encierran cuando el dolor nos impide reformularlos y pasar a otro estadío. "El laberinto" habla de los duelos, los tiempos de sanación y las estrategias equivocadas pero cercanas que todos usamos cuando nos enfrentamos a situaciones límite.
Es una de esas películas que hay que ver sólo cuando uno está predispuesto a su mensaje, de lo contrario su lograda oscuridad invade e impide reconocerle sus destacados valores. Vale la pena acercarse a él si querés ver una de las mejores performances de Nicole Kidman en su carrera.