En la historia de la cinematografía internacional podemos encontrar producciones que encaran, directa o colateralmente, temáticas relacionadas la salud humana física o psíquica, más allá de hacerlo con fundamentos médicos o a partir de meras fantasías. Puede citarse en el aspecto psíquico, por ejemplo, el psicoanálisis en “Cuéntame tu vida” (1945), el estudio psicológico de las relaciones humanas en “Gente como uno” (1980), el autismo en “Rain man” (1988), o la catatonía en “Despertares” (1990).
Ahora se suma “El lado luminoso de la vida” que tiene como eje un personaje afectado por el trastorno bipolar, también conocido como trastorno afectivo bipolar, y antiguamente como psicosis maníaco-depresiva. Considerado como el diagnóstico psiquiátrico que describe un trastorno del estado de ánimo caracterizado por la presencia de uno o más episodios con niveles anormalmente elevados de energía, cognición y del estado de ánimo. Clínicamente se refleja en estados de manía o, en casos más leves, hipomanía junto con episodios concomitantes o alternantes depresivos, de tal manera que el afectado suele oscilar entre la alegría, la tristeza y la agresividad de una manera mucho más marcada que las personas que no padecen esta patología.
La intencionalidad de esta realización no es la de encarar esta problemática con un firme, incluso polémico, sustento científico, sino tomándolo como base para narrarnos una historia lineal, entretenida, bien estructurada –aunque con progresiones muchas veces previsibles- y animada por un grupo de intérpretes que aportan solidez y calidad al relato.
La delicada temática en este caso tuvo en el guión un tratamiento serio, para un planteo desarrollado en tono de comedia dramática que, por momentos roza lo excéntrico, donde no está ausente el toque romántico.
La historia está centrada en Pat (Bradley Cooper), un hombre que ha perdido todo: casa, trabajo, esposa. Luego de pasar ocho meses en una institución, donde estuvo internado víctima de un trastorno bipolar, ahora retorna a la casa de sus padres. Su objetivo es reconstruir su vida manteniendo una actitud positiva y recuperar a su esposa, pero deberá enfrentar incluso choque generacional con su padre, un obsesivo del béisbol, fanático de Philadelphia Conocer a Tiffany (Jennifer Lawrence), quien se propone ayudarlo en el cometido, le significará una relación que le permitirá apreciar que ante situaciones conflictivas finalmente siempre habrá un lado luminoso, que se puede tener una segunda oportunidad.
El protagonista y su entorno familiar viven cambios continuos tensos y confusos, no exentos de humor, sobre todo, por ejemplo, en la elección del baile como solución a los conflictos emocionales.
La narración denota un tratamiento correcto desde lo técnico, el que genera apropiado marco para el trabajo de una buena selección de intérpretes, comenzando por un Bradley Cooper, medido en la composición de Pat, y una Jennifer Lawrence que aporta consistencia al logrado perfil de Tiffany. A la par de ellos encontramos el valioso aporte de dos reconocidos intérpretes como soporte de los protagonistas, Robert De Niro como el padre obsesivo y cabalero, y Jacki Weaver como su esposa y madre sumisa y paciente, a quienes se suma Anupam Kher en su personificación del psiquiatra Dr. Cliff Patel.
Esta producción aguarda la entrega de los Premios Oscar con expectativa, ya que cuenta con nominaciones en ocho de los rubros.