El tiempo hace poesía con los errores
David O. Russell siempre ha sido un director interesante, que mantiene una línea aunque sus últimos trabajos puedan parecer versiones lavadas y más aptas para todo público de sus obsesiones de siempre. En sus películas los hombres son como niños y las mujeres son las que llevan adelante el relato, incluso en su trabajo previo que se metía con el mundo del boxeo y también compitió por el Oscar, y que en Argentina se conoció como “El ganador” (ay, duelen algunas traducciones de títulos, porque los protagonistas de los films de Russel suelen ser perdedores hermosos).
En este caso no había muchas posibilidades de conservar el título original (algo así como “el libreto forrado de plateado”) por lo que habrá que aceptar la traducción buena onda (en México, por ejemplo se conoció como “Los juegos del destino”).
La historia es la de un tipo que vuelve vencido a la casita de sus viejos, tras pasar ocho meses internado en un psiquiátrico por agredir al amante de su esposa. Su actitud positiva es más un manotazo de ahogado que una convicción, pero aún así encara el camino de la recuperación, pero un tropiezo (literal) con una vecina que también carga con sus demonios internos cambia todos sus planes. Más amontonados que juntos deberán encarar una improbable recuperación que no siga recetas de manual.
La trama es un vehículo perfecto para el lucimiento de los actores, por sus diálogos filosos y veloces. Jenniffer Lawrence es seria candidata al Oscar a mejor actriz, pero todos los demás también se destacan (la película acumula 4 nominaciones para sus actores principales, entre los que se cuenta a un recuperado Robert De Niro, que vuelve a estar nominado después de mucho tiempo).
El final edulcorado, convencional y previsible confirma el camino hacia la amabilidad emprendido últimamente por el director, que le permitió gozar de éxito y mayor difusión, pero que deja gusto a poco. A Rusell le va mejor el coqueteo con el lado oscuro y habrá que ver como sigue su carrera. El tiempo dirá.