Lección romántica de vida
Sin volar demasiado, la película de dirigida por David O. Russell logra diferenciarse de otros films de su estilo. Dos personajes lucharán por reinsertarse en la vida social.
Resulta curiosa El lado luminoso de la vida, una película que difícilmente se recuerde a largo plazo debido a su tema, ya de por sí "importante" y con una lectura inicial que se dirige al pantanoso terreno de las llamadas “lecciones de vida en el cine” Pero si hay un film de esquives y gambetas es éste, que tiene como principal jugador al habilísimo Harvey Weinstein, el productor que mete uno o dos títulos por año en cada lista del Oscar, ya que la película de Russell, junto a Django sin cadenas, está entre las diez competitivas de fines de febrero. Y las dos surgieron del dinero del magnate, también de sus astutas maniobras. El otro jugador es el director, que el año pasado compitió con El ganador (adivinen quién la produjo) y que tiene una filmografía ecléctica y efectiva: Tres reyes, la citada El ganador, la opera prima "indie" Spankey the Monkey. Y hay un tercero, el más esforzado de los tres y el que mayor cantidad de maniobras tiene que hacer para convencer al espectador: la misma película y un guión con mucha cintura que pelea hasta lo imposible para no pasar desapercibido.
Pat (Bradley Cooper) sale de una institución mental donde estuvo internado por su carácter bipolar, retorna a la casa de los viejos (De Niro, Weaver) y por esas cuestiones del azar, también del guión, conoce a Tiffany (Jennifer Lawrence), una chica que, claro está, tiene sus problemas. Contada de esta manera la historia es temible y hasta puede confundirse con otras cintas donde Hollywood y el Oscar recurren a tramas y personajes afectados por trances mentales, psiquiátricos, físicos, estructurales. Es decir, esos films que al Oscar le gusta nominar o premiar por su pontificación redentora y su mirada políticamente correcta sobre el mundo. Pero las gambetas de El lado luminoso de la vida son inteligentes, en especial, por el manejo de los climas y atmósferas; en primera instancia, virando al melodrama familiar, y en la segunda mitad, dirigiéndose a un tono de comedia romántica ochentosa donde cobra interés la inestable y maravillosa Tiffany, a quien Lawrence le entrega una infinita serie de matices.
En este punto es donde la película triunfa a través de sus denodados esfuerzos por no parecerse a otras de similares características. Los personajes –aun los secundarios– tienen sus matices, dobleces, inquietudes. Y, justamente, en ese vuelco temático es donde El lado luminoso de la vida despliega su astucia. No se trata de un título más sobre un par de personajes que deben reinsertarse en la sociedad. A Russell esto no le interesa: sus eufóricas criaturas se pelean, hablan en voz alta, sufren, padecen. Y son creíbles, cuestión más que relevante para una película que no necesita volar demasiado para sacarle ventaja a otros productos similares en cuanto a forma y contenido.