El derecho a la felicidad
Un bipolar que descubrió su enfermedad tras golpear al amante de su esposa y que no asume el fin de la relación (ni ante la restricción judicial); una viuda joven que purga su soledad como “chica fácil” que pasa de mano en mano por los compañeros de trabajo (podría decir, como Shirley Manson en “Cup of Coffee”: “Y me entrego a cualquiera que quiera llevarme a casa”). ¿Qué peores perdedores afectivos, a los ojos de nuestra sociedad, se podrían cruzar? Si hasta parecen personajes de un tango de Celedonio Flores. ¿Qué mejor tema para entrar en confianza que el charlar sobre medicación psicotrópica?
David O. Russell adaptó en “El lado luminoso de la vida” (“Silver Linings Playbook”), como director y guionista, la primera novela de Matthew Quick, dando como resultado un raro experimento de atípica comedia romántica. Así de prepo, como decíamos en el párrafo anterior, se cruzan en la vida Pat Solitano Jr., sacado por su madre contra la indicación de los médicos de la institución psiquiátrica donde lo recluyeron tras un feroz incidente contra el amante de su esposa. Una cena con amigos, una tal Tiffany Maxwell con la que intercambia palabras sin filtros, escarceos, salidas a correr, favores... Todo dado para que surja algo entre ellos, salvo porque uno sabe lo que quiere y el otro no. Todo dependerá de alguna alineación de los astros, de esas en las que parece creer Pat Sr., el traumatizante padre del joven Pat, que literalmente apuesta todo a la suerte de su hijo.
En movimiento
Cuando Russell se hizo cargo de la dirección de “El ganador”, tras el ofrecimiento a Darren Aronofsky (que venía de hacer “El luchador”), la cual rechazó para ir a filmar “El cisne negro”, dijimos en estas líneas que el sustituto había optado por rodar como lo hubiese hecho Aronofsky: con el modo en que éste estilizó la cámara en mano, con muchos planos y contraplanos cortos, granulada y con iluminación naturalista de los hermanos Dardenne. Pero en “El lado luminoso de la vida” Russell demuestra que cree en esa estética, o que al menos la ha hecho propia.
Porque en ella basa toda su puesta visual, y aunque en algunas escenas los planos cerrados y el movimiento sean excesivos para lo que está pasando, logra momentos de gran intensidad en las corridas (en las que pasa mucho) y los momentos de violencia; pero también (como Aronofsky en “El cisne negro” explota esa movilidad grácilmente en la escena del baile final, explotando los puntos de vista de cada danzarín y envolviendo al espectador en su movimientos. Y por supuesto, el recurso sirve también para recorrer los feroces ojos verdes, los labios trémulos, el cuerpo enjuto pero curvilíneo y cada lunar de Jennifer Lawrence: el director y la musa se encuentran al fin, como en “El fantasma de la ópera”.
Los rostros justos
Y así logra una de las claves de la comedia romántica: una heroína que enamore a los hombres y genere empatía y admiración en las mujeres. Porque seamos claros: Lawrence paga la película. Es una intérprete ideal para combinar vulnerabilidad y fiereza, algo que ya mostró en “Los juegos del hambre” y que aquí le sirve para llevar a un nuevo nivel el perfil de “heroína pelotazo” (que tuvo su punto alto en Sandra Bullock), contraria a la chica “perfecta pero sola” (con Meg Ryan como estandarte), los dos paradigmas del género.
Por su parte, Bradley Cooper aprovecha todo su encanto natural para dotar de simpatía a su segundo personaje complejo (después de “Sin límites”), y darle su catadura humana. Eso acompaña muy bien otro de los logros del filme: como Edgar Allan Poe en “El corazón delator”, permite mostrar al “loco” desde la lógica de su propio desorden, de tal forma que el espectador pueda comprender lo que está viviendo (si no, no habría empatía posible). Porque el “loco” (como dijo el buen Michel Foucault) es el ignorado, la palabra vedada, la cárcel social por fuera de la prisión de su propia cabeza.
Momentos y personajes
Entre los secundarios, Robert De Niro le da matices a su personaje, ese padre complejo, obsesivo compulsivo, que siempre mostró preferencias por su hijo mayor y embarcador de toda su familia en el fanatismo por los Philadelphia Eagles... sin dejar de ser De Niro. Jacki Weaver como Dolores (la madre de Pat), Chris Tucker como el “especial” Danny y Anupam Kher como el terapeuta Cliff Patel completan un elenco prolijo, que cuenta con diálogos ingeniosos, momentos emotivos y pases de comedia.
Como buena comedia romántica que es a fin de cuentas, este filme trata de demostrar que encontrar el amor salva y redime. Pero va más allá: hasta estos muñecos de trapo descosidos tienen derecho a la felicidad. Si ellos pueden, hay esperanzas para todos.