Si a uno le dicen que es una comedia romántica entre un bipolar y una depresiva adicta al sexo, lo más probable es que huya despavorido en busca de un film de Pixar. Pero, como los buenos films de Pixar, de paso, es un cuento de hadas perfecto. El bipolar es el excelente Bradley Cooper, que demuestra tener una enorme cantidad de registros. La depresiva es Jennifer Lawrence. La Lawrence es no solo hermosa sino brillante, una actriz que por sí sola justifica la existencia del cine. Lo que hace ese comediógrafo arriesgado que es David O. Russell (aquel de Tres reyes) es obviar cualquier explicación “médica”, ir directo a la médula de cada situación, dejar que los personajes fluyan y jueguen solos. Y lo que logra es que el viejo cuento de redención (que es el alma del cine estadounidense: quejarse por eso es como quejarse de que Van Gogh use demasiado amarillo) tenga, a pesar del caos aparente, un desarrollo terso y una luz precisa. Transmitir el caos de manera clara, de paso, es un gran mérito. Y para terminar: el único film sobre cosas terribles donde no pasa nada terrible, donde todo está visto desde el humor y la emoción. No hay películas así.