Desayuno con Tiffany
Llega esta época del año y siempre se estrena “esa” película “Indie”, la comedia dramática romántica de autor que pretende darnos una lección moral y al mismo tiempo hacer una “radiografía” – palabra que encanta a los críticos – sobre la sociedad estadounidense. Cuando no es Jason Reitman – por quién siento un gran respeto a pesar de todo – es Alexander Payne… y todo parecía indicar que este año sería el turno de David O’ Russell, autor maldito que coquetea con los críticos, no suele agradar demasiado al público masivo, amaga a ser “Indie” y “autor” con tocar temas importantes, pero llama actores de renombre que desean probar suerte en el terreno del bajo presupuesto para ganar premios, etc.
Pero O’ Russell, no es tampoco tan querido. De hecho, muchas “celebridades” lo odian por su mal carácter. Son legendarias sus peleas a los gritos con sus protagonistas – excepto Mark Wahlberg nadie se lo banca – e incluso existe la leyenda que le pegó a George Clooney. Quizás David debió internarse en un hospital por un tiempo y así salió El Lado Luminoso de la Vida, que a contracorriente del resto de la filmografía del realizador es una película optimista, aún con un trasfondo oscuro.
Sin embargo, si bien el crédito de tal positivismo habría que adjudicárselo al autor de la novela… y por ende a la actitud del personaje frente a la vida, se pueden vislumbrar dos corrientes típicas del director: primero que siempre termina imponiendo su personalidad de una forma u otra, denotando una autoría no solo en la narración, sino específicamente en la estética, que no es tan transparente ni pop como la de otros cineastas del mismo círculo. Segundo, una fascinación por ir en contra del concepto de autor que se tiene de su filmografía. Por último, como ya demostró en El Ganador, su última obra, O’Russell es un enfermo cinéfilo del cine de los años 50 y 60. Y si en la película que tiene la actuación que le valió a Christian Bale su primer Oscar, tomaba como principal referencia el cine de Robert Aldrich o Samuel Fuller, dos cineastas de género rebeldes, para El Lado Luminoso de la Vida, eligió a los directores de comedias románticas más cínicos, críticos y melancólicos de la industrias: Billy Wilder y Blake Edwards.
Dicha comparación puede parecer en principio exagerada, pero no lo es. Aunque la película esté protagonizada por dos típicos antihéroes y sus respectivas familias, O’ Russell se interesa menos que sus contemporáneos por el retrato social. Este es solo un contexto para profundizar en las relaciones. El film en sí no es humorístico. El conflicto de cada uno es muy dramático, pero el conjunto de patetismo y el simple hecho de buscar un happy ending a través de la unidad de estos personaje que parecen destinados a fracasar y pelearse continuamente, dan un tono esperanzador que era típico de los dos maestros citados.
La relación entre Patrick – Bradley Cooper demostrando varias facetas de su personalidad y aun cuando podría caer en la caricatura termina siendo verosimil y brindando una gran actuación – y Tiffany,- Jenniffer Lawrence también demostrando que no solo tiene cara de chica triste, golpeada, sino que puede tener gran timing humorístico aprovechando esos golpes – parece calcada de la que tenían Baxter (Jack Lemmon) y Kubelik (Shirley MacLaine) en Piso de Soltero, o la de Paul (George Peppard) y Holly (Audrey Hepburn) en Desayuno con Diamantes. No es casual la elección del nombre de la protagonista. Todo remite a ese periodo de transición entre el Hollywood clásico con historias de amor que terminaban bien, y el nuevo, con jóvenes que huían de las rutinas de sus hogares y buscaban nuevas maneras de ganarse la vida. La relación con la familia, las costumbres es el otro pilar del film, a partir de la potente figura paterna de Patrick. Algo con lo que el personaje debe convivir y aceptar. O’ Russell pone énfasis en la distancia y la incomunicación de la relación padre – hijo y pone como única solución la conformidad y aceptación. Ni el football americano o las apuestas son lo que los unen. Existe un elemento intimidatorio en que este personaje lo interprete Robert De Niro – sin llegar a sus mejores trabajos, es al menos el más creíble, decente y digno trabajo que hizo desde Cabo de Miedo – y eso queda marcado en varios momentos, donde el actor se parodia a sí mismo en clave mafiosa.
Desde la banda sonora, O’ Russell confirma que no se casa con una década y a medida que el film va tomando una estructura y un ritmo conforme a una obra clásica – convencional, previsible – se va creando una autoconciencia de ello en el plano musical que incluye una hermosa versión del tema María de Amor sin Barreras.
Por otro lado, el comienzo del film, dentro del hospital psiquiátrico podría remontar fácilmente a Atrapado sin Salida. ¿Adonde voy con todo esto? O’ Russell no es un director que pretende trascender. Es un chapado a la antigua con ideas concretas sobre como llevar un relato cinematográfico con ingenio, verosimilitud, gracia y clasicismo. Logra sacarle grandes actuaciones a las piedras – Chris Tucker y Jackie Weaver son dos gemas del elenco secundario, divertidos, naturales.
Y por si esto fuera poco, se trata de una película cuidada, sutil, que no apela a golpes bajos, que el sentimentalismo está bien usado, que consigue emocionar sin forzar ni manipular situaciones, que logra meternos en un microuniverso suburbano querible aún con su toque pintoresco, sus ancianos conservadores y una sátira al psicoanálisis que no deriva a la burla sino a la reflexión sobre los tratamientos. . Un retrato que parece haber conservado de El Ganador, su obra más regular, sólida y menos pretenciosa hasta la fecha. Pero si ahí había podido domar el drama, con esta consigue seguir en la línea de conflictos sociales clásicos de esta última con el humor irónico y el cinismo oscuro de Tres Reyes o Yo Amo Huckabees (film injustamente maltratado, lleno de ideas y original en su concepto).
O’ Russell mantiene la cámara en mano girando intensamente alrededor de los personajes manteniendo una tensión y un ritmo que paulatinamente va bajando, en forma justificada, pero consiguiendo justificar un poco esa referencia al cine de Wilder (especialmente el de la década de los 60, donde el vienés se animó a jugar un poco más con los movimientos y las velocidades) y cerrando la penúltima escena con un travelling hermoso tributo a Edwards.
Sacando de lado, la previsibilidad que el relato clásico aporta a cualquier película, El Lado Luminoso de la Vida demuestra que el optimismo no se consigue tratando de ser el mejor, o mostrando una faceta políticamente correcta, sino siendo uno mismo y aprendiendo de la experiencia, de los veteranos. Acaso la lección no solo se aplica al mensaje del guión, sino sobretodo a la filmografía de un director nuevamente demuestra el lado luminoso del cine de Hollywood.