Lo que importa es ganar
Resulta que Carlos Bianchi ha vuelto, en pos de vaya a saberse qué desafío, y todos vuelven a hablar maravillas de su capacidad como técnico y la inmensa cantidad de títulos que obtuvo en Vélez y Boca. Se usan términos como “efectividad”, “intensidad”, “solidez”, “regularidad”, “eficacia”, pero poco se dice sobre la vistosidad de sus equipos. Quizás porque no eran vistosos en absoluto. Claro, eran equipos recontra ganadores, pero la verdad que nadie hubiera ido por puro placer a la cancha a ver a esos campeones intercontinentales que ajustaban mucho las piezas en defensa, dependían de algún que otro talento individual en ataque, se sostenían bastante en unos cuantos fallos favorables de los árbitros y pocas veces realmente lucieron. Lo importante es destacar que ganaban, y mucho. Y tanto importa ganar en el fútbol argentino, tan bianchista se puso la cosa, que ahora ver un partido en la Argentina es malo no sólo para la salud óptica, sino incluso estomacal. Eso sin olvidar que hace veinte años que no se gana nada a nivel selección mayor y que hasta los juveniles están en franca decadencia.
Algo similar sucede en la Liga Nacional de Básquet, donde el tricampeón Peñarol de Mar del Plata recibe todos los elogios, hasta el punto que algunos llegaron a señalar que es el “Barcelona del básquetbol argentino”. Se olvidan de mencionar la cantidad de veces que Peñarol ha perdido por escándalo con equipos que peleaban la permanencia; su dependencia crónica del tiro de tres; su récord bastante mediocre como visitante; o la forma en que influye en los árbitros y periodistas a través de algunos jugadores experimentados, un técnico bastante charlatán y dirigentes inescrupulosos. Por eso no sorprende que la Liga Nacional, tan aplaudidora de este modelo que consiguió resultados básicamente desembolsando exorbitantes sumas de dinero, sea terreno cada vez más fértil para partidos mediocres y haya aportado tan poco a la Selección Nacional en las últimas competencias, con sus jugadores más destacados (Campazzo, los dos Gutiérrez, Leiva, entre otros) sin conseguir tener incidencia dentro del plantel.
Muchos dirán que mi razonamiento es producto de la envidia y rencor por ser hincha de Racing y Quilmes de Mar del Plata, pero no se trata de eso, sino de plantear cómo se van asentando ciertos paradigmas que son piezas esenciales en el panorama general. No sólo existen los equipos de Bianchi, sino también el Boca y el Banfield de Falcioni, el Arsenal de Alfaro o el Racing de Merlo. Y Peñarol no ha sido el único equipo poderoso en la Liga Nacional, pero uno ve a Atenas, Regatas, Obras o Lanús, y no se distinguen precisamente grandes ideas de juego.
Todo esto viene a cuento de que El lado luminoso de la vida reproduce un esquema ganador no sólo en las entregas de premios de los Estados Unidos, sino también con las audiencias de todo el mundo. En su concepción vemos todos los elementos como para salir triunfando: el libro prestigioso y popular como material de base; el relato de ascenso desde lo más bajo hasta la redención personal, con un profesor (Bradley Cooper) que, luego de un quiebre mental y anímico, sale de una institución mental dispuesto a ponerse nuevamente en pie, con el objetivo final de recuperar a su esposa, mientras vive en la casa de sus padres; la aparición de una joven descontracturada (Jennifer Lawrence) que dice todas las verdades juntas y con la que el protagonista empezará una particular amistad; la familia disfuncional (a las que el director David O. Russell, luego de El ganador, ya filma de taquito), con padre fanático de los Philadelphia Eagles y adicto a las apuestas (Robert De Niro) incluido; un elenco sólido, que entrega algunas actuaciones que tienen destino seguro de galardones; un guión que va combinando casi mecánicamente la comedia con el drama, en pos de un mensaje edificante; y la producción ejecutiva de los Hermanos Weinstein, especialistas en eso del lobby e inflar films que luego de ganar decenas de galardones pasan rápidamente al olvido (¿Alguien se acuerda de Shakespeare apasionado o Chocolate? ¿Alguien se acordará en el futuro de El discurso del rey o El artista?).
Es cierto que estos productos que mezclan la estética “independiente” con el contenido más hollywoodense muchas veces dan como resultado grandes films. También que El lado luminoso de la vida no es mala ni ofende. Es más, hasta se la podría calificar como “efectiva”, “sólida” o “intensa”. De hecho, ya ha ganado muchos premios, su impacto con buena parte de la crítica y con la mayoría del público ha sido positivo. Pero se le nota demasiado la necesidad de ganar, su extremo cálculo, sus mecanismos activados en el momento justo para conseguir lo que quiere. En el medio, pierde la pureza cinematográfica, el placer de entretener y conmover al espectador con las herramientas más esenciales, del mismo modo que los conjuntos de básquet y fútbol argentino han perdido la pureza deportiva y la preocupación por brindar un buen espectáculo.
No deja de llamarme la atención cómo muchos que insultan a viva voz contra el cine estadounidense y sus películas calculadas para el Oscar, justifican casi irreflexivamente a esos equipos que ganan aún jugando de la peor manera, porque “hay que ganar como sea” o “la historia la escriben los ganadores”. Deben ser las contradicciones del sistema…