Mancha venenosa
Los muchachos de la CIA y sucursales vuelven a hacer de las suyas en esta nueva entrega de la saga Bourne, sin Bourne. Los secretos de la agencia están en peligro, especialmente la operación Outcome, y la solución tomada por el jefe de operaciones clandestinas (Edward Norton) es eliminar las pruebas, que en este caso son los agentes que han servido a causas moralmente indefendibles. Uno de los agentes es Aaron Cross (Jeremy Renner), quien se encuentra en etapa de entrenamiento cuando la amenaza lo acecha y al notarlo emprende la huida. Mientras tanto, Jason Bourne parece estar de vuelta, para preocupación de los altos mandos. Pero este hecho solo queda enunciado, nunca se desarrolla en la trama, situación que pone al rol de Renner como de relleno, sin que llegue a tomar vuelo propio, convirtiéndose casi en una sombra del protagonista de las entregas anteriores.
Los vericuetos del sistema que tan bien se expusieron en los filmes protagonizados por Matt Damon aquí quedan relegados para dar paso a la acción, muy buena por cierto, pero sin el trasfondo ni la hondura de las historias previas. Algunos caprichos del guión, bastante torpe en momentos clave, atentan contra el verosímil de la trama, genera preguntas que no tienen respuestas lógicas en el espectador; pero eso es rapidamente superado por el buen ritmo que el director impone en las escenas de acción que siguen.
Sólida en su papel está Rachel Weisz, quien se convierte en la compañera de escape de Cross y al mismo tiempo en un problema para la agencia. Repiten brevemente los roles presentados en las películas anteriores Daniel Strathairn, Joan Allen y Albert Finney. Es destacable la banda de sonido a cargo de James Newton Howard, eficaz para acentuar el tono propuesto y como parte de un montaje que no se caracteriza por la síntesis.