Mientras la vaca sigan dando leche, difícil que un estudio de Hollywood deje de ordeñarla. Eso es lo que ha ocurrido con la venerable saga de Jason Bourne, una trilogía que dejó una marca importante en el cine de acción - hasta el punto de modificarle los papeles a la franquicia de 007 y obligarla a bournizarla para seguir manteniendo el interés del público -. Acá la cosa viene disfrazada como una historia paralela a los eventos ocurridos en El Ultimatum Bourne: mientras Matt Damon va a los cuarteles de la CIA a buscar su identidad y recoger pruebas para destapar toda la corrupción de los programas experimentales secretos destinados a crear super soldados, por otra parte tenemos la trama de otro super agente que decide volverse renegado ya que sus superiores quieren liquidarlo y hacer tierra arrasada del operativo al cual pertenecía. En sí, El Legado Bourne está ensamblada de un modo que me hace acordar a El Juego del Miedo IV, en donde se veían flashes de la historia de la tercera entrega intercalados en un hilo argumental que ocurría en paralelo. Al menos El Juego del Miedo IV tenía la picardía de camuflar que el hecho de que todo pasaba al mismo tiempo que la parte III, alterando el orden cronológico y reservando la verdad para una gran revelación final; pero acá los flashes (en donde aparecen personajes de la trilogía Bourne como David Straitharn, Albert Finney y Joan Allen, amén de varias fotos del mismo Matt Damon) sólo sirven para llorar la partida de Damon de la saga y reclamar su presencia, siquiera en un cameo que le de cierta legitimidad a la secuela.
En sí, El Legado Bourne no es mala. Hay buenos actores, la dirección está ok, la acción está filmada con brío sin llegar a ser esas genialidades que Doug Liman o Paul Greengrass destilaban en la saga original. El problema pasa por el libreto, que le falta foco y carece de personalidad. Mientras que en la trilogía original Matt Damon era una fuerza vengadora imparable y capaz de realizar las cosas más increíbles - como irse a los cuarteles de la CIA a atacar a la fuerza en su conjunto él solito -, el personaje de Jeremy Renner resulta más simplista y hasta vulgar: habla demasiado, no tiene mucho misterio, y lo único que le preocupa es conseguirse un buen puñado de pastillas - las drogas que le daba la CIA para hacerlo superfuerte y super inteligente, y que se han vuelto imprescindibles para el correcto funcionamiento de su organismo; un detalle cuasi de ciencia ficción y que lo pone en una circunstancia similar al Capitan América - para poder irse a algún lugar remoto y desaparecer sin dejar rastro. No es un problema de Renner sino del libreto, que no sabe muy bien cómo darle algo de personalidad a Aaron Cross o, siquiera, despegarlo de la sombra de Jason Bourne. Incluso el final tiene algo de abrupto e insatisfactorio, como si el guión se hubiera quedado sin ideas; no hay castigo para los responsables de la conspiración, y tiene más el tufillo de una película larga que fue cortada al medio para venderla como dos partes, algo parecido a lo que ocurría con Kill Bill o la última entrega de Harry Potter.
El Legado Bourne es buena. Le falta foco, pero es un entretenimiento sólido. Quizás el otro punto discutible es que requiere un conocimiento previo de la trilogía Bourne como para saber de qué se trataba Treadstone, Blackbriar o qué pito tocaba el personaje de Albert Finney. Sin dudas no está a la altura de las otras entregas de la saga, pero tampoco comete algún error imperdonable. Lo que precisa es una inyección de ideas frescas como para darle personalidad a la nueva saga, ya que es inevitable que hagan una Bourne 5. Están a tiempo de hacerlo y, por ello, se merecen una segunda oportunidad.